OPINIÓN

España se juega su futuro en Europa pero también en Cataluña

Cartel promocional de IB3 para los programas especiales sobre elecciones europeas del 9J.
España se juega su futuro en Europa pero también en Cataluña
IB3 - Europa Press
Cartel promocional de IB3 para los programas especiales sobre elecciones europeas del 9J.

No perdamos de vista las elecciones europeas, que son importantes para todos los ciudadanos; pero en España lo que realmente nos debe ocupar también es lo que pase en Cataluña. Que por cierto, la decisión final de quién acabará gobernando en la Generalitat está en fase de ‘stand-by’, en modo de espera, ya que a los socialistas -principalmente- no les interesa mucho, ahora que estamos en otra nueva campaña, que se sepa lo que se está cocinando en la trastienda política, no fuera que los ciudadanos se escandalicen al ver que los políticos son capaces de pactar cualquier cosa con tal de conseguir sus propósitos, no los nuestros, que quede claro. A Noé que tuvo que tragarse el diluvio universal le van a decir ahora lo que es la lluvia. Basta recordar, por si alguien ha tenido algún ‘lapsus mentis’, cómo hemos llegado hasta aquí: con siete votos independentistas a cambio de una amañada y forzada amnistía.

El domingo por la noche sabremos cuál ha sido el resultado de las europeas, pero será el lunes por la mañana cuando se decida en el Parlamento de Cataluña la composición de la Mesa y lo que decidirá hacer Esquerra Republicana, el partido derrotado en las urnas catalanas, pero que ahora se ha convertido en el factótum que puede dar la llave maestra a Salvador Illa o, en cambio, apostar por el futuro presidencial de Carles Puigdemont. La papeleta a resolver no es fácil, y de ahí que dependa tanto de ello el futuro de los socialistas catalanes como el de Pedro Sánchez. Si el líder de Junts en Waterloo acaba siendo orillado por las circunstancias, que finalmente no sean de su agrado, puede revolverse contra el presidente del Gobierno y dejar caer esos siete votos que mantienen la investidura.

El miedo escénico o runrún político acerca del futuro en Cataluña está ahí, y Núñez Feijóo lo sabe, por ello coquetea con la posibilidad de una moción de censura contra Sánchez si Puigdemont decide abandonar a los socialistas. No es fácil que todo esto suceda por muchas razones. La principal, es porque la amnistía está aún en proceso judicial y puede que al final no sea tan fácil ni tan positiva para los beneficios del ex presidente fugado en Waterloo. También estamos arrancando una nueva legislatura y no sería del todo positivo para el futuro y para los intereses nacionales meternos de lleno en un nuevo jaleo electoral. En cambio, tiene su morbo político que el PP, partido que fue víctima de la moción presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy, acabe siendo ahora el que pueda mostrar una nueva propuesta que descabalgue al Gobierno del propio Pedro Sánchez. “Quien a hierro mata, a hierro muere”. Pero para eso deberían darse muchas carambolas que hoy por hoy no están del todo claras.

Volviendo a las elecciones del próximo domingo, ¿sabe alguien con precisión qué nos estamos jugando los españoles en Europa? Me temo, por desgracia, que no. Quizá lo sepan los agricultores que son los que más sufren las decisiones arbitrarias de la UE, y a los que casi nadie hace caso ni protege. Esta ignorancia política por Europa no sólo es debida a que los ciudadanos no se lean los programas de los partidos, ni los medios de comunicación se preocupen mucho de promocionarlos repetidamente, sino porque los líderes de esos partidos casi siempre hablan de todo menos de los problemas reales que atañen a los españoles en Europa. El quid de la cuestión es que estamos viviendo una nueva campaña electoral con marchamo europeo pero con carácter plebiscitario español y todo lo que ello significa, que por desgracia se basa más en primar la hegemonía de los líderes como Sánchez o Feijóo por encima de las instituciones.

En una democracia parlamentaria como la española o la europea, no existen los plebiscitos como en los regímenes presidencialistas de Estados Unidos. Nuestro sistema político fue concebido para que el Parlamento fuera el eje de la vida política y que los partidos buscaran mayorías para legislar, y no sólo votos para apoyar a un ‘caudillo’ que es el único que decide lo que está bien o está mal. Dicho con otras palabras, los líderes están al servicio de los partidos y no los partidos al servicio de los líderes. El carácter plebiscitario de la política es perverso porque prima las emociones sobre la racionalidad, las personas sobre las ideas, la polarización sobre el debate plural.

Los españoles cuando andamos apurados o desanimados solemos acudir al típico suspiro: “menos mal que nos queda Portugal o menos mal que está Europa para vigilar”. Ese sueño idílico de que hay un poder supranacional que vela por los intereses necesarios de una nación quizá sea demasiado grato y no responda a la realidad final, pero no está tan lejos de la veracidad. Quizá hemos tenido algunos desencuentros con países vecinos por el tema del independentismo, pero no con la Unión Europea. Ahora llega el momento de levantar los ojos y ver claramente dónde queremos apuntar nuestros votos más certeros y eficaces: crisis demográfica, inflación, terrorismo, libertades democráticas, guerras en Ucrania y Gaza, cambio climático, competitividad, crimen organizado, suficiencia alimentaria, inteligencia artificial, etc.

De los 720 eurodiputados que saldrán de las urnas de los 27 Estados miembros, el día nueve en España se elegirán 61, dos más que en las elecciones de 2019. De algún modo todo pasa por Europa, de ahí que convenga que nosotros no “pasemos” de ella. Sí, usted puede votar en plan europeo y dar una patada en las posaderas de Pedro Sánchez; o si lo prefiere, dar otra en las nalgas de Núñez Feijóo, aunque lo recomendable en centrarse en las cosas de comer, en las necesidades importantes y reales, y dejar para otras ocasiones menos racionales las peleas de la “sanchosfera” o de la “fachosfera”.

Es cierto, que en España estos comicios para Europa serán las sextas elecciones en doce meses. Existe el peligro de cierta fatiga electoral pero sería bueno no caer en la desidia y no pensar que lo de allí, lo de Bruselas, no nos afecta mucho. Sí nos afecta y sí nos sirve de mucho. Lo que se decida el domingo tiene su importancia y su trascendencia. Nuestro voto no es un brindis al sol, y Europa sigue siendo nuestro viejo pero imprescindible continente que hay que cuidar por muy deteriorado que esté. La cultura, nuestra cultura judeocristiana, y la historia milenaria que hemos vivido hay que seguir defendiéndolas de un modo racional e intelectual. Por eso, y por mucho más, el próximo día nueve habrá que ir a votar. Vale la pena.

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