OPINIÓN

De españolizar niños catalanes a catalanizar políticos españoles

preparativos elecciones catalanas
De españolizar niños catalanes a catalanizar políticos españoles.
EFE
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El coronavirus ha conseguido que el 'procés' se haya convertido para España en un problema de fondo, enquistado en el marchamo catalán, pero sin una incidencia directa y constante. Sin embargo, dentro de Cataluña la cuestión de la independencia sigue calentita y burbujeante, y a tres días de las elecciones del 14-F se pone más rampante si cabe. Unas elecciones que no resolverán muchas cosas pero sí clarificarán cómo va el termómetro político-emocional de millones de ciudadanos. Es decir, sabremos si tienen claro los catalanes que tras una década perdida, repleta de decisiones promovidas con más corazón que cabeza -mes rauxa que seny-, ha llegado la hora de darle la vuelta a la tortilla: más cabeza para votar y el corazón para celebrar San Valentín.

La cuestión no está del todo clara. El bibloquismo que se practica en Cataluña -desde que Artur Mas abrió la caja de Pandora para esconder sus problemas- no responde a las coordenadas habituales de izquierda versus derecha, sino a las particulares de separatistas versus constitucionalistas. Una dicotomía interesada que deja huérfano el espacio del centro donde siempre se han disputado las victorias electorales. Quizá Salvador Illa es el único -o el que más insiste en ello- que se declara heredero de la estrategia salomónica de repartir culpas y razones a partes iguales. La equidistancia casi nunca casa bien con la justicia, pero en esta ocasión es la postura más próxima a ese quimérico centro común. “Pasemos página”, es uno de sus eslóganes de campaña, que Illa remata enhebrando la aguja y el mensaje estilo Biden: “Debemos coser la sociedad catalana, ya no más enfrentamientos. Hay que resolver unidos los problemas de Cataluña”.

Frente al empacho de fraternidad que llega del PSC, el sector secesionista sigue con sus trece: “Ho tornarem a fer” (‘Lo volveremos hacer’), se refieren a lo de meter la pata con la DUI (Declaración Unilateral de Independencia), es su eslogan favorito. Eso sí, no le ponen fecha a esa repetición, porque como suele decir en voz baja Oriol Junqueras: “Pocas personas sensatas apostarían por la creación de un nuevo Estado con la mitad de la población en contra”. Y aquí está una de las claves de la cuestión: ¿Qué hacer con esas dos mitades que parecen irreconciliables? ¿Hay que meter a Cataluña en España con calzador, o hay que meter a España en Cataluña con fórceps?

Quizá ni lo uno ni lo otro. Pero Pablo Iglesias lo intenta a su manera, alineándose por un puñado de votos con los rusos en el ‘caso Navalni’, y cuestionando la calidad de la democracia española: "No hay una situación de plena normalidad política y democrática en España cuando los líderes políticos de los dos partidos que gobiernan Cataluña están uno en la cárcel y el otro en Bruselas". Seguimos enrocados en el juego dialéctico y de estrategia electoral de confundir presos políticos con políticos presos.

Tampoco olvidemos la que le montaron al ministro Wert cuando dijo aquello de “hay que españolizar a los niños catalanes”. Hubo un tiempo en el que el mensaje inverso -"Hay que catalanizar España"- se vendía bien incluso en Madrid. Pero ahora, cotizando lo catalán a la baja, eso parece difícil de conseguir. También hubo otro tiempo en el que para ser catalán bastaba -Pujol dixit- con vivir y trabajar en Cataluña. Ahora ya no. Catalán sólo puede ser el que tiene el certificado de catalanidad en regla, expedido por algún comisario político de esos que tanto abundan y que tanto chupan del chollo del separatismo.

Centrémonos en lo que puede pasar la noche del 14-F. La clave en el bloque ‘indepe' está en saber si por fin Esquerra es capaz de ganarle a Puigdemont. En esta ocasión tiene más opciones, entre otras cosas porque el voto joven es de ERC y será el que menos se abstenga con tanto virus metiendo miedo. Pero no olvidemos que para los separatistas puritanos los de ERC son los nuevos ‘botiflers’, traidores según el argot costumbrista, por su constante romance con el PSOE de Sánchez, incluido el último pacto sobre la mesa de diálogo. Y eso beneficia a JuntsxCat.

En el otro lado está la doble clave de saber quién se llevará el botín de Ciudadanos, que según las encuestas perderá 2 de cada 3 votos que obtuvo en 2017, como mínimo; y segundo, saber si habrá adelantamiento por la derecha de Vox al Partido Popular. Lo que parece más claro es que Illa será el vencedor del sector constitucionalista, ¿pero podrá pactar con alguien o se limitará a intercambiar favores con ERC? En Cataluña la mayoría cree que Illa, el Salvador, permitirá que gobierne ERC a cambio de que los republicanos de Rufián apoyen a Sánchez en Madrid. Esa es, al menos, la estrategia soñada en Moncloa.

La única emoción, o al menos la principal, es averiguar quién ostentará la posición hegemónica en cada bloque, y a partir de aquí cómo resolverán el puzzle de la gobernabilidad. El independentismo está muy divido y enfrentado, pero en caso de poder formar gobierno muchos creen, por mucho que ahora digan que no habrá tripartitos, que se pondrán de acuerdo para repartirse la Generalitat y el pastel del poder. La repetición electoral no es una opción que cotice al alza, pero no debe descartarse. Si nos guiamos por los anuncios y promesas electorales nadie llegará a un acuerdo con nadie. Los candidatos han prometido no hacer lo que al final, y sin embargo, los ciudadanos se huelen que harán. Pero ya se sabe que, como decía Bismarck, “nunca se miente más que después de una cacería, durante una guerra y antes de unas elecciones”.      

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