OPINIÓN

El fiasco de Bruselas y la pasividad de Moncloa hacen fracasar la vacunación

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, en la reunión del Consejo de Ministros del 15 de diciembre de 2020
El fiasco de Bruselas y la pasividad de Moncloa hacen fracasar la vacunación.
José María Cuadrado Jiménez / Pool Moncloa
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, en la reunión del Consejo de Ministros del 15 de diciembre de 2020

Si el primer gran impulso del Gobierno a la vacunación fue ponerle la pegatina a las inyecciones enviadas por Bruselas como si fueran suyas, el segundo es aún más contundente y lleva la firma de su vicepresidente: Nacionalizar la farmacéutica que toque. Días antes, Iglesias ya había propuesto nacionalizar Endesa como solución al encarecimiento de la luz, sin reparar en que la compañía eléctrica ya pertenece a la nación italiana. Al menor pretexto, el dirigente podemita echa mano del "¡Exprópiese!" chavista, que desenfunda como conjuro mágico ante cualquier problema complejo, ya sea combatir el virus, la pobreza energética o la carestía de la vivienda. No le pidan un remedio a la crisis del Barça porque propondrá la nacionalización de Messi. La superstición es el combustible de la extrema izquierda.

La lentitud, el barullo y la picaresca atenazan el calendario de vacunación. La luz al final del túnel que anunciara el candidato Illa en diciembre es la de un tren que viene de frente. El estupor es general. Estamos desconcertados. Sin embargo, Pedro Sánchez exhibe una quietud de monje budista, ajeno a las hostilidades de la Comisión Europea con los laboratorios, a las angustias de los presidentes autonómicos y a la incertidumbre de los ciudadanos. Se diría que esta guerra no va con él. Sin duda está enfrascado en empresas mayores.

El gran error que comete el Gobierno 'sanchista' es minusvalorar el poder de vertebración política y nacional de la vacunación, pues la aborda como si fuera una simple cuestión de pericia administrativa para ejecutar un problema logística. Es mucho más. Es sobre todo uno de esos excepcionales desafíos que, muy de tarde en tarde, configuran la musculatura moral de una nación y ponen a prueba la talla real de sus gobernantes. Sánchez e Iglesias enfrentan el reto de la vacuna anti-covid con la misma pachorra burocrática que si fuera la de la gripe, como si la pandemia no se llevara cobradas ya 60.000 vidas y amenazara a otras 50.000 de aquí al verano. Ahora mismo, hay nueve millones de jubilados pendientes de que la inyección llegue a tiempo, sin que puedan fiarse de la palabra de unos ministros de promesa fácil.

Tampoco la Comisión Europea, con Ursula von der Leyen a la cabeza, parece haber comprendido las cualidades de la vacuna para articular el proyecto europeo. Al planificarla como una mera transacción comercial, con astucias de comerciante, la despojó de su fuerza como factor de cohesión y autoestima en la construcción comunitaria. La Unión Europea ofrece hoy ante el resto del mundo una pobre imagen de mediocridad burocrática, de ineficiencia y de frustración. Con el agravante de que su fracaso viene a reforzar la gestión de gobernantes populistas y regímenes autoritarios.

En efecto, gracias a la previsión y habilidad publicitaria con que ha gestionado la vacunación, Boris Johnson ha obtenido un éxito innegable no solo personal, sino también como líder del Brexit empeñado en demostrar que Gran Bretaña está mejor fuera que dentro de la UE. Otro tanto puede decirse de Putin, que utiliza su estelar Sputnik V para inyectarse elevadas dosis de patriotismo, al tiempo que deja oír sus carcajadas en Bruselas con la prepotencia habitual.

Por su parte, Benjamin Netanyahu ha logrado su mayor triunfo político al convertir Israel en el primer país del mundo inmunizado casi en su totalidad, hazaña que ha disparado la reputación internacional y el orgullo de la sociedad israelí a niveles inéditos. También el régimen chino está utilizando la vacuna como gran herramienta diplomática al servicio de sus intereses geoestratégicos, sobre todo en numerosos países de economías poco desarrolladas. ¡Hasta Trump puede presumir y consolarse de haber trabajado con acierto para conseguir que una farmacéutica estadounidense ganara la carrera!

El fracaso de Europa no es excusa para la pasividad de Pedro Sánchez ante el desbarajuste de la vacunación, que avanza a paso de tortuga y en medio de una bronca política permanente. Nada igual sucede en el resto de la UE. Al contrario, la mayoría de los gobernantes trabaja para buscar alternativas que aceleren el proceso, como es el caso de Hungría, que negocia con Rusia, o el de Alemania, decidida a contar con sus propias soluciones. El Gobierno español ni siquiera parece interesado en las investigaciones del CSIC, bastante avanzadas, a juzgar por el ridículo presupuesto que le ha asignado al exiguo equipo científico que trabajan contrarreloj. Tal vez dentro de un año podamos saludar la fabricación de una vacuna española, pero para entonces habrá llegado tarde para miles de españoles que murieron en la lista de espera.

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