OPINIÓN

Fondo de reptiles

Sánchez anuncia ayudas de hasta 2.300 millones para impulsar el hidrógeno verde
Pedro Sánchez, durante su última intervención en el Congreso de los Diputados.
Europa Press
Sánchez anuncia ayudas de hasta 2.300 millones para impulsar el hidrógeno verde

“Porque el poder de la prensa para derribar gobiernos y para alzar líderes de nulo carisma es inmenso, es un poder tan grande, el cuarto, que cualquier esfuerzo para dar de comer a los reptiles merece el gasto, ya sea en subvenciones en papel, en publicidad institucional, en concesiones administrativas, en permitir fusiones poco claras, en crear leyes ad hoc para beneficiar a ese grupo. Mientras exista la prensa, existirán los fondos de reptiles”. -'El Fondo de Reptiles. La Prensa Amaestrada, de Bismarck a Fraga', de Miguel Gil-. 

“La mejor ley de prensa es la que no existe”

Me pareció inquietante la decisión de Francisco Franco, tras el asesinato de su presidente del Gobierno Carrero Blanco, acaecido el 20 de diciembre de 1973, de nombrar como sustituto del almirante volado a Carlos Arias Navarro, el jefe de su escolta en su condición de ministro de la Gobernación. ¿Fue un premio a la desidia y la incompetencia profesional, o quizás algo peor (“no hay mal que por bien no venga”, dicen que dijo Paco Franco al enterarse de la noticia)?

Después del garrote vil que en marzo de 1974 les dieron a Puig Antich y Heinz Chez y del frenazo voluntario con el que Arias puso fin a su breve y sedicente escarceo democrático (“el Espíritu del 12 de febrero”), todos supimos que el Caudillo había entregado al lobo la llave del gallinero. Es inútil esperar que un dictador dé explicaciones a sus lacayos. Puede hacer lo que le apetezca, como convertir a su segundo en un cohete espacial o ceñir sobre el busto de la Virgen de la Fuencisla la banda de capitana general del Ejército español (lo que irritó tanto a Adolf Hitler que –Hugh Thomas dixit- juró abstenerse de cruzar los Pirineos y darse un garbeo por la beata España del Generalísimo. Si he traído a colación a ese enigma del 73 ha sido, única y exclusivamente, para subrayar la adopción por el poder público de medidas en apariencia contrarias a sus intereses o, al menos, huérfanas de una justificación razonable.

El poder ejecutivo no es una orden religiosa, no puede “regenerar” el país por sus propios medios sino con la ayuda de otros poderes del Estado, como el legislativo y el judicial, amén del control informal de la opinión pública y el más organizado de los cuerpos intermedios que componen la sociedad civil. Este poliedro fruto de la Revolución de 1789 y pulido por la experiencia refleja fielmente el principio de la división de poderes, forma la clave de bóveda del sistema democrático de checks and balances. Como dijo James Madison en The Federalist Papers, los hombres no somos ángeles. Ni siquiera la madre Teresa de Calcuta o el padre Ángel, y valga la redundancia.

Por eso las propuestas que, sobre la transparencia y el control de la veracidad de los medios de comunicación, que nos anunció solemnemente hace unos días el presidente del Gobierno me parecieron un ejercicio fatuo de irrealidad o un episodio trasnochado de la serie televisiva “Historias de la frivolidad”. Fueron el cuento de Caperucita contado por el lobo. Ningún gobierno digno de tal nombre le va a poner una alfombra roja al principal de sus enemigos: el cuarto poder. Lo pudo confirmar Richard Nixon. En agosto se cumplirán cincuenta años de su defenestración de la Casa Blanca por dos intrépidos periodistas. 

En el siglo XIV Aragón estuvo bajo el cetro del rey Pedro IV, apodado “el ceremonioso”. Aunque Père el pelmazo mostró mayor respeto por su dignidad institucional que el marido de Begoña. La semana pasada, el amoroso Sánchez Castejón se limitó a recitar en público el Reglamento UE) 2024/1689, del Parlamento Europeo. A diferencia de las directivas, que solo obligan a los Estados miembros a lograr el resultado buscado por la Unión, dejándoles un amplio margen respecto a la elección de la forma y los medios para conseguirlo, los reglamentos no solo son obligatorios de la cruz a la raya sino que, sin necesidad de intermediarios, tienen eficacia directa desde la fecha en que así lo dispongan (en el caso de autos, desde agosto de 2025). La protección a los ciudadanos frente a los bulos, las mentiras y la desinformación, habituales en determinados medios de comunicación, está encomendada a la Justicia por nuestra Constitución y el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Y, sobre todo, gracias a la mayoría de edad del respetable, a sus buenas entendederas ofenden las injerencias gubernamentales.

El discurso de Pedro Sánchez fue ocioso, estéril y redundante. El Parlamento Europeo habla por sí mismo, no necesita pregoneros.

Nuestro presidente no necesita que nadie le lea la cartilla. Es inteligente y conoce de sobra los límites inherentes al ejercicio del haz de competencias que definen su poder. ¿Entonces a qué juega? ¿A ser juez y parte? ¿Por qué no? “La libertad de prensa debe estar en manos del Gobierno, la prensa debe ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas doctrinas y los buenos principios. Abandonarla a sí misma es dormirse junto al peligro” (Napoleón Bonaparte).

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