OPINIÓN

Hoja de ruta de Pedro Sánchez: algo de pan y mucho circo

Isabel Díaz Ayuso./ EP
Isabel Díaz Ayuso./ EP
Isabel Díaz Ayuso./ EP

El relativismo, lo políticamente correcto y los intereses creados, principalmente en entornos de poder, han hecho de la verdad una quimera decorativa, apta para la teoría pero nula para la práctica. El fenómeno de retorcer y falsear la verdad hasta desvirtuarla parece actual, pero viene de lejos, de la Grecia clásica. En aquella época, los sofistas empezaron siendo los que enseñaban la sabiduría, pero acabaron como charlatanes relativistas. La verdad era lo que opinase la mayoría -les suena-, y así los sofistas pasaron de enseñar sabiduría a transmitir los secretos de la oratoria más pragmática; aplicado a la actualidad sería: cómo dar un mitin, qué declaraciones impactantes hacer en televisión, cuáles son los tuits que te dan más seguidores, cómo lograr que los demás te voten y defiendan aunque seas un patán y embaucador, etc.

La realidad suele ser muy incómoda para el mentiroso sectario, y también para los que viven del mentiroso. Por ello y porque abundan los trileros de la verdad, vivimos hoy en un mundo que prefiere acomodarse a la verosimilitud, a las medias verdades, en lugar de exigir las verdaderas enteras. La opinión ha sustituido a los hechos, y desde entonces nos intentan convencer de que nada es verdad o mentira, que todo depende del color del cristal con que se mira.

Y mira tú por donde, se avecinan tiempos tan recios y tormentosos que hará falta tener buena vista y buenas gafas para que no nos den gato por liebre. Pedro Sánchez, y su activo equipo de propaganda, dirigido por Iván Redondo, ya tienen pergeñada una estrategia que podría resumirse en la vieja máxima de 'pan y circo'. Juvenal, que es el poeta de 'panem et circenses', quiso criticar con su sátira la costumbre de los políticos romanos de proveer trigo gratis a los ciudadanos, a la vez que les organizaban también costosas representaciones de entretenimiento. Para Juvenal estaba claro que tanta generosidad respondía más a una intención poco edificante y deshonesta de ganar poder político a través del populismo.

La historia se repite. Hoy día, los políticos prefieren nuestro voto a nuestra simpatía, pero para ganar lo primero deben conseguir lo segundo. De ahí que todo lo que hacen vaya precedido de una simple pregunta, para ellos vital: ¿cuántos votos obtendré si hago esto, cuántos perderé si no lo hago? Hecha la ecuación y las encuestas, se pone en marcha la medida, por ejemplo, el hachazo fiscal a las grandes (y no tan grandes) fortunas. En este caso no te dan pan, sino que te lo quitan, para dárselo -en teoría- a otros que lo necesitan más. Y lo dan bajo el pomposo nombre de renta mínima del Estado, como si ese dinero fuese fabricado de la nada por el Estado, y no por los tributos de miles de contribuyentes.

El razonamiento de Sánchez e Iglesias es el siguiente: con el dinero de los que no me van a votar, y menos después de subirles los impuestos, mantengo a los que necesitan ayuda, algo que a primera vista podría entenderse, pero que tiene una doble lectura. Primero, me garantizo la calma y las no protestas de los subsidiados y, segundo, consigo su voto con esta paga, porque ya les recordaré a ellos en el momento oportuno que si no me votan y ganan los otros partidos les quitarán estas pagas, aunque eso sea falso, y que sólo se pueden fiar de mí.

Es de ley que el Gobierno debe facilitar el bienestar de los ciudadanos, pero en lugar de ofrecerles una paga caritativa debería fomentar y propiciar un puesto de trabajo digno, que sería lo justo y razonable. No les des un pez, dales una caña de pescar, y que cada uno se dignifique pescando lo suyo. Son muchos los ciudadanos que creen que los que viven de las ayudas del Estado no deberían poder votar, para evitar que estas medidas las adopten los Gobiernos, no con el sano propósito de ayudar al que más lo necesita, sino con el inmoral objetivo de 'comprar'  voluntades y votos con el dinero de los contribuyentes.

Y después de un poco de pan, mucho circo. No me refiero a que el Ejecutivo esté intentado que las teles den en abierto partidos de fútbol, que también, pero esa es una pequeña porción del pastel circense. El gran espectáculo de distracción/confrontación lo creará el propio Gobierno asistido por algunos adláteres mediáticos. Se trata de embarrar mucho el espacio público con enfrentamientos partidistas e ideológicos para que todo parezca más una lucha de clases que una protesta justificada a la gestión del Gobierno.

Esta semana pasada, hemos visto como Moncloa ponía en su punto de mira, una vez más, a la Comunidad de Madrid y a su presidenta, Isabel Díaz Ayuso. El nuevo conflicto, tras otros anteriores que no prosperaron, se refiere al alquiler de una habitación doble en un apartahotel de la cadena del empresario Kike Sarasola donde pasó Ayuso su enfermedad y ahora sigue teletrabajando. Más allá de las acusaciones que no se sostienen, existe el claro objetivo del Ejecutivo de Sánchez de limpiar su mala gestión y mala imagen desviando la atención contra Díaz Ayuso. Esta es la primera vez que todo un Gobierno de la nación busca fuera de su órbita de poder e influencia algún chivo expiatorio autonómico para blanquear su gestión, en vez de asumir sus responsabilidades.

Cualquier ocasión es buena para engrandecer el circo. Incluso una pequeña protesta vecinal en la calle Núñez de Balboa, en el barrio de Salamanca, uno de los más caros de Madrid, se ha convertido esta semana en una especie de guerra de Troya. Un centenar de vecinos tomaron la calle sin respetar las distancias físicas en vigor, gran error, para protestar contra Pedro Sánchez. Sin embargo, la respuesta del Ejecutivo ha sido de órdago a la grande. El mismo Pablo Iglesias, olvidando que es vicepresidente del Gobierno de España y no un activista, se lanzó a despreciar y criticar a los manifestantes porque pertenecen a un barrio rico de Madrid. Iglesias, que ponía como ejemplo -para fomentar la lucha de clases- otros barrios humildes de la capital, se olvida de que su nuevo sueldo y su nueva casa son mucho más grandes que la de la mayoría de los manifestantes “ricos” de Núñez de Balboa. En fin, en los próximos meses habrá poco pan, pero, sin duda, tendremos mucho circo.

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