OPINIÓN

El impuesto sobre el patrimonio está gagá

El presidente del Gobierno Pedro Sánchez, la vicepresidenta primera del Gobierno María Jesús Montero y la vicepresidenta segunda del Gobierno Yolanda Díaz durante el pleno del Congreso.
Pedro Sánchez, María Jesús Montero y Yolanda Díaz
 | EFE/J.J.Guillén
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez, la vicepresidenta primera del Gobierno María Jesús Montero y la vicepresidenta segunda del Gobierno Yolanda Díaz durante el pleno del Congreso.

¿Qué función cumple hoy el Impuesto sobre el Patrimonio (IP) en la economía española? En el momento de su creación (Ley 50/1977), el IRPF se configuró como un impuesto excepcional y transitorio. Estaba asociado al IRPF como un instrumento de control de las rentas declaradas (u “olvidadas”) por el contribuyente. Sin embargo, tal proclamación formal era una mentira muy fácil de “pillar” por sus destinatarios y una justificación infantil de los engaños del Fisco para aliviar su mala conciencia.

¿Un control del IRPF? No, rotundamente no. La mayoría de los rendimientos sujetos al IRPF son de naturaleza líquida y carácter efectivo. No siempre se puede medir su cuantía a través del IP, ya que su base imponible peca de nominalista y no se corresponde con el importe de las rentas ganadas por el contribuyente. Por ejemplo, el valor de los activos financieros en los mercados secundarios no depende de la capacidad de ahorro de su titular (y esta, por tanto, tampoco refleja el importe de sus ingresos reales). De la misma forma que, al nacer el tributo, la Hacienda Pública tenía escasos recursos técnicos para determinar el valor real de los inmuebles, sobre todo los adquiridos sin contraprestación (herencias y donaciones).

Los años 70 y 80 del siglo XX significaron la impotencia relativa de la información para captar la realidad y la velocidad de la capacidad económica de los ciudadanos. Hoy la inteligencia artificial pone al alcance de cualquiera el conocimiento completo de sus operaciones económicas. Entonces, ¿para qué necesita la Agencia Tributaria un instrumento tan obsoleto como el hacha de sílex para controlar el IRPF? Para nada.

En 1991, el IRPF perdió su naturaleza extraordinaria y su carácter transitorio, pero no su capacidad, “formal” y “teórica” de control del IRPF, del que se predicó su carácter “complementario”, como si fuera un afluente menor del Amazonas. El legislador del 91 seguía creyendo en los milagros. Gravar la posesión de la riqueza, traspasado un umbral determinado, no es más que apropiarse de una capacidad adicional con efectos traslativos de la propiedad de los ricos en beneficio de los parias de La India. El camelo de la “complementariedad” me trae a las mientes a don Manuel Azaña. “España ha dejado de ser católica para ser gastronómica”. ¿Será el IRPF un complemento –una “propina”- que se añade al pago de la cuenta del escalope cordón bleu.

España es el único Estado de la Unión Europea que mantiene el IP (Francia, el último baluarte del IP, con nosotros, se bajó del tren en 2018).

El IP es un lastre para la economía española por diversos motivos:

1-. Fomenta el consumo y penaliza al ahorrador. Este sesgo es disfuncional en una época –como la actual- en la que están en entredicho los sistemas de previsión social, tanto las pensiones públicas, como el mutualismo y los planes privados de pensiones.

2.- Como dije antes, con los criterios de valoración de bienes y derechos que contiene la normativa del IP, no se calcula con equidad la riqueza de los contribuyentes, por la falta de valoración homogénea. Algunos bienes de lujo y de alto valor artístico (antigüedades, cuadros, esculturas…) están fuera de la vista de la Administración Tributaria.

3.- Recauda poco y, sin embargo, comporta unos elevados gastos de gestión.

En 2008, el presidente Zapatero suprimió el IP como “gravamen efectivo” aunque lo rehabilitó poco después. Eran los tiempos del “bajar los impuestos es de izquierdas”. Ahora toca lo contrario, como “el Impuesto Temporal sobre las Grandes Fortunas”. Todo fluye, nadie se baña dos veces en el mismo río, todo perece, como el amor. Pero nuestro inefable Rodríguez Zapatero siempre estará de moda. Y hablando sin parar.

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