OPINIÓN

El 'infierno fiscal' que les espera a los ricos

Aparte de Amancio y Sandra Ortega, estos son los otros gallegos más ricos de España
El infierno fiscal que les espera a los ricos.
Getty Images
Aparte de Amancio y Sandra Ortega, estos son los otros gallegos más ricos de España

Fifty years ago. Nueve de la mañana de un caluroso día de junio. Inmediaciones del madrileño Instituto del Noviciado. Hervidero de adolescentes. Sudor, nervios mal disimulados, risitas flojas. Reválida de cuarto de bachillerato.

Subo las escaleras del metro en compañía de Quinito, el peor alumno de la clase; no por falta de inteligencia sino de aplicación. A Quinito, hijo de un próspero vendedor de fruta del mercado de Olavide, solo le interesan las viñetas de “Hazañas Bélicas” y las ilustraciones del “Guerrero del Antifaz”. Les ruego que me perdonen pero al bueno de Quinito todo lo demás se la suda. Todo el mundo sabe que, desde que ingresó en el colegio, ha conseguido saltar de un curso a otro gracias a los donativos de su padre a la Obra Social Marcelino Champagnat, fundador de la Congregación de los Hermanos Maristas. Un soborno. Un caso más de corrupción entre particulares. Pero lo de ahora es distinto: la mano dadivosa del frutero no puede torcer la objetividad férrea del Estado.

Una lástima porque el tendero sin escrúpulos quiere mucho a su hijo Quinito, cuya indolencia, al ser un niño mimado, no es incompatible con súbitas rabietas o ataques de melancolía. El padre busca un placebo para su criatura, una fórmula magistral para evitar una hipotética depresión de su hijo. Un escapulario barato porque este año la renovación de la licencia municipal para el uso del puesto en el mercado de abastos le ha salido por un ojo de la cara.

Pero ya hemos dicho que Quinito no es tonto. Antes de dar nuestros nombres al bedel del Instituto para que nos franquee la entrada a los corredores oscuros de la digna institución, Quinito me confiesa al oído: “Fíjate de lo seguro que está mi padre de que voy a catear que ha prometido comprarme una Vespa si salgo de esta con vida”. Dicho y hecho. Pocos días después, en el tablón de anuncios del Instituto constaba en la hoja de servicios de mi amigo: “No apto”.

El frutero y el impuesto a los multimillonarios 

Julio de 2024. Diecinueve capitanes generales en la reserva se han dirigido públicamente al G-20 en nombre de la justicia y han denunciado el desorden fiscal que se ha apoderado del mundo. La cuota española son las firmas a pie de página estampadas por esos dos pobres de solemnidad que son Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Según sus ilustrísimas, los multimillonarios –los dueños de bienes superiores a mil millones de dólares- solo pagan a sus respectivas haciendas nacionales el 0,5% de su riqueza. Con la finalidad de enmendar tamaño desafuero social, sus ilustrísimas, encabezadas por Michelle Bachelet, postulan un impuesto, global y anual, del 2% sobre la riqueza de Amancio Ortega y sus tres mil amigos plutócratas. El “pellizco” aportaría a las arcas nacionales unos 250.000 millones de dólares extra. Otra vez la Vespa imaginaria del frutero (en este caso fuera del ámbito familiar).

La sabiduría de Quinito 

El impuesto es una quimera por diversos motivos, como

1.- La inexistencia de un titular legítimo para su exacción. La falta de un Derecho Internacional al uso, exige una cooperación conjunta de los Estados contraria a las leyes de acero de los mercados y a la tiranía de la libre competencia. Los pactos se suscriben gracias a la autodeterminación de las partes en un marco de igualdad, no a punta de pistola.

2.- Si una pieza del tablero no acude a la llamada del juego o se retira de él antes del fin de la partida, provocará una huída de capitales al espacio ocupado por la soberanía no cooperativa. Con ello logrará menores costes para sus inversiones. Con ello la justicia fiscal retrocederá a una posición anterior a su punto de partida. No existe un manual de instrucciones para el aprendiz de brujo.

3.- Sería una aberración redistribuir parte de la riqueza de un país a favor de una comunidad, amorfa y negativa, de extraños. La instancia que recaudara el impuesto a los “megamillonarios” tendría que destinar su importe al sostenimiento de los gastos públicos, entendiendo estos como vinculados por una naturaleza común. A falta de un interés general, nítido e identificable, el impuesto violaría el principio de representación política.

Si tenemos el sentido común de Quinito despreciaremos los señuelos de los que no pueden dar lo que prometen. La fantasía tiene las patas muy cortas porque nunca son generosas y desinteresadas. Sus aparentes autores solo pretenden mantenernos en la indigencia mental, hacer alardes disimulados de su vanidad y apuntarse un tanto publicitario que evite su desaparición en los telediarios.

Un impuesto Potemkin 

Dice la leyenda que en 1787, durante un viaje por Crimea, el ministro Potemkin quiso complacer a su amante, la emperatriz Catalina de Rusia, apartando de la vista imperial la miseria del país. El artificio del galán era ingenioso. El conde Potemkin construyó a lo largo del camino unas aldeas móviles de construcciones huecas que ocultaban al observador la realidad poco halagüeña del paisaje social. Mucho ruido y pocas nueces. No hay más cera que la que arde. Hoy no nos tragaríamos los trucos de Potemkin. Tampoco las mentiras piadosas pero interesadas de los revolucionarios de salón.

La exageración delata a los ociosos y a los cómplices del statu quo.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento