OPINIÓN

Kid Tunero y la isla de los barbudos

13 July 2021, US, Washington: Cuban demonstrators from We are more and We are not afraid's movement holds a Cuban flag during a rally in front of the White House to show their support for the people in Cuba that have taken to the streets to protest pandemic restrictions, the pace of COVID-19 vaccinations and the Cuban government. Photo: Lenin Nolly/SOPA Images via ZUMA Wire/dpa Lenin Nolly / SOPA Images via ZUMA / DPA 13/7/2021 ONLY FOR USE IN SPAIN
Kid Tunero y la isla de los barbudos.
DPA vía Europa Press
13 July 2021, US, Washington: Cuban demonstrators from We are more and We are not afraid's movement holds a Cuban flag during a rally in front of the White House to show their support for the people in Cuba that have taken to the streets to protest pandemic restrictions, the pace of COVID-19 vaccinations and the Cuban government. Photo: Lenin Nolly/SOPA Images via ZUMA Wire/dpa Lenin Nolly / SOPA Images via ZUMA / DPA 13/7/2021 ONLY FOR USE IN SPAIN

Kid Tunero (Las Tunas, Cuba, 1910-Barcelona, España, 1992) fue un boxeador cubano que comenzó su carrera deportiva en la isla caribeña y desembarcó en España en los años 30 del siglo pasado con sus guantes enfundados para repartir leña; regresó a Cuba con el estallido de la Guerra Civil pero, poco después, retornó para siempre a España. Tunero -de nombre Evelio Mustelier- era negro y su color de piel café con leche, muy corto de leche, no pasaba inadvertido en una sociedad solo salpicada por oriundos de la entonces Guinea Española. El deportista fue bien recibido en un estado franquista nostálgico de la hispanidad cubana y que vibraba con los púgiles del momento, con las corridas de toros y con los futbolistas de relumbrón, espejos para alejar miserias.

En los años 70, los niños de la época, hoy canosos 'baby boomers' temerosos de los tejemanejes del ministro Escrivá- no sabíamos quién era Kid Tunero y para algunos -mi caso- era el primer negro que veíamos. Paseaba por la calle de Lista -hoy José Ortega y Gasset- en compañía de mis padres cuando el ya sexagenario boxeador se acercaba de frente, bien trajeado. Debía de vivir o alojarse cerca, aunque su residencia habitual era Barcelona. Justo en la puerta de entrada de la cervecería Monteagudo, Tunero me firmó un autógrafo que guardé durante años. Amable, se despidió con una sonrisa y siguió su camino. Antes, los famosos iban por la calle y la gente se acercaba a hablar con ellos y no pasaba nada; luego aparecieron los ídolos de masas y con ellos los guardaespaldas... y se acabó la película.

Cayó Batista... y en eso llegó Fidel para ondear la bandera del comunismo, prometiendo pan, casa y trabajo. Hoy rezuma en las calles de Cuba la necesidad

La esquina en la que se encuadraba Monteagudo -hoy hay otro negocio en su lugar- guarda una historia de la España predemocrática: esa cervecería, propiedad de Manolo y en la que la especialidad eran los fritos -boquerones adobados, calamares, gambas con gabardina...- fue frecuentada por Adolfo Suárez, que luego sería presidente del Gobierno. Por aquellos tiempos, el de Cebreros manejaba las pesetas justas, pero su magnetismo hacía que en la barra le atendiesen con cariño y hasta le invitasen de cuando en cuando.

Kid Tunero rozó las mieles del éxito y entrenó a otros míticos púgiles como José (Pepe) Legrá, también cubano, y el uruguayo Alfredo Evangelista, que vivió en un piso de una calle próxima a la plaza de Diego de León, en Madrid, donde un día estuve. Ese Evangelista que tumbó a Urtain y le aguantó 15 frenéticos asaltos a Muhammad Ali, de nacimiento Cassius Clay.

El boxeador de Las Tunas recalaba en la 'madre patria' tras el fin de la presencia española en la isla que derivó de la guerra con Estados Unidos y que se rubricó en el Tratado de París. En el lote, España entregaba a los de las barras y estrellas la isla de Guam, Puerto Rico y Filipinas; está claro que más se perdió en Cuba. Los lazos con el Caribe siguen presentes en muchas familias de aquí, que durante más de 400 años cruzaron el charco. Algunos descendientes de aquellos españoles que echaron raíces en Cuba se quedaron allí y solo viajaron a España a ver a los parientes, cada vez más lejanos. Recuerdo ver en el pasillo de casa a un hombre de piel tostada por el que ya corría mezclada sangre asturiana y caribeña. Se decía que un día él y los suyos tuvieron que abandonar Cuba; marcharon, parece, a Haití. Quién sabe.

La Cuba de Fidel Castro, después de Raúl Castro y hoy de Díaz-Canel, vive en una isla política dentro de una isla geológica. La propia definición recuerda el natural aislamiento de los territorios emergidos. Claro está que hay islas abiertas al mundo pero no es el caso de Cuba. Un estado en el que todo se vigila, un lugar donde el verbo opinar no se conjuga, un país donde una parte solo sueña con salir puede ser de todo menos libre. Frente a las ideologías, cualquiera que estas sean, han de prevalecer siempre los derechos humanos y la libertad de las personas. No parece que ninguna de estas dos premisas imperen en la isla del Caribe cuando la confusión envuelve las noticias y desde el Gobierno se llama a defender al régimen frente a los que protestan.

No es tan difícil decir que un estado no es democrático, por mucho que con ello le pises los juanetes al compañero de viaje

Fidel Castro ha sido un personaje para los libros de Historia: hizo huir al dictador Batista en 1959 con la ayuda de un grupo de revolucionarios a los que se denominó 'barbudos': Cienfuegos, Ché Guevara, el propio Fidel, su hermano Raúl... Cayó Batista y con él su gobierno. Y en eso llegó Fidel para ondear la bandera del comunismo, prometiendo, como todas las revoluciones que se precien, pan, casa y trabajo. Pero hoy rezuma en las calles la necesidad, brotan las protestas, cuajan los desplantes a Canel…

"Aquí pensaban seguir / ganando el ciento por ciento / con casas de apartamentos / y echar al pueblo a sufrir (...) Y seguir de modo cruel / con la infamia por escudo / difamando a los barbudos / y en eso llegó Fidel. / Se acabó la diversión, / llegó el comandante y llamó a parar; / Se acabó la diversión, / llegó el comandante y llamó a parar". (Carlos Puebla)

La línea que divide las dictaduras, sean del signo que sean, es fina: tan atroz puede ser un régimen fascista como otro comunista. Ambos modelos son islas de espaldas al mundo. No es tan difícil decir que un estado no es democrático, por mucho que con ello le pises los juanetes a los compañeros de viaje. No es posible desenterrar a Franco y condenar el golpe de 1936 mientras el Consejo de Ministros juega a esconder o a travestir su opinión.

Occidente siempre se preguntó qué pasaría tras la muerte de Fidel. Hoy sabemos que hubo y hay más Fidel.

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