OPINIÓN

Llegan los indultos: el cielo secesionista puede esperar

El presidente del Gobierno, junto a tres de sus vicepresidentes antes del comienzo de la reunión del Consejo de Ministros
Llegan los indultos: el cielo secesionista puede esperar. 
Borja Puig de la Bellacasa / POOL Moncloa
El presidente del Gobierno, junto a tres de sus vicepresidentes antes del comienzo de la reunión del Consejo de Ministros

Pedro Sánchez se emocionó el lunes pasado en el Liceo de Barcelona. Casi se le escapa una furtiva lágrima cuando recordó que catalanes y no catalanes, o sea, españoles sin barretina, estamos condenados a entendernos. La húmeda secreción estuvo en un tris de asomar en sus ojos cuando habló de reconciliación, de reencuentro, y de empezar de nuevo para hacerlo mejor. Sonaba a segunda parte de un divorcio con marcha atrás. Sin embargo, se le olvidó decir una gran verdad que por tópica se suele omitir: hay más cosas que nos unen que las que nos separan; pero da igual, total, a quién le importa lo constructivo, lo positivo, lo que une, teniendo una buena lista de agravios que echarnos a la cabeza. Sánchez terminó con una frase emocionada que ya utilizó Lluis Companys a la inversa: “Catalanas y catalanes, os queremos”.

El ser humano cuando está cabreado de verdad busca argumentos para herir -cuando no, destruir- a su oponente. En Cataluña en estos momentos hay mucho humano cabreado -emprenyat, se dice en riguroso catalán-, sobre todo con sus políticos independentistas de pacotilla, esos que montan mucho jaleo de boquilla y construyen pocas realidades. Cataluña necesita volver, después de una década destrozando su patrimonio y haciendo el ridículo, a la senda de la inteligencia, que un buen día dejó aparcada Artur Mas, y ya desde entonces nadie se atrevió a recuperar.

El indulto es un instrumento necesario para que las aguas puedan volver a su cauce. Aunque lo verdaderamente imprescindible es volver ya mismo a la sensatez política e institucional, que pasa por dedicarse a las cosas importantes que determinan el bienestar de toda una sociedad. Ya vale de jugar a las fantasías animadas que sólo consiguen empobrecer a los catalanes y a todo el país, y sólo enriquecen de odio las mentes atolondradas de dentro y fuera de Cataluña.

El verdadero problema de Pedro Sánchez es que el independentismo catalán no tiene sólo una cara, sino que hay varios actores que se disputan su hegemonía social y política. Y como dice la Biblia, una casa dividida -y más una causa- tiene poco futuro. ERC y JxCAT poseen intereses distintos y estilos diferentes. Los de Esquerra utilizan un tono elevado y unas exigencias de boquilla que molestan pero no alteran la hoja de ruta con la que sueña Sánchez. Una cosa es lo que se dice delante de una cámara o un micrófono, y otra lo que se dice en la intimidad, en privado. Y es ahí, en la trastienda que no trasciende, donde el Gobierno de España pone su esperanza de un reencuentro necesario y útil para ambas partes. Pero a decir verdad, tampoco tiene la seguridad de que esta estrategia funcione.

En el otro lado está Carles Puigdemont y sus seguidores acérrimos que quieren seguir con su pulso contra el Estado, esperando que algunas instituciones internacionales les apoyen, y logrando que su líder en Waterloo regrese a la tierra prometida sin pasar por la casilla de la cárcel. Pero ya vimos el lunes que las protestas contra Sánchez no fueron nada furibundas. Unos cuantos ociosos en la calle, y un espontáneo -que muchos creen que estaba contratado por el propio Sánchez- dentro del Liceo, fueron los únicos que se atrevieron a cuestionar la propuesta de indulto. Más rechazo y más insultos provocan las visitas del Real Madrid al Nou Camp.

Junqueras, Aragonés y todo el entramado de ERC apuesta por la estrategia del modelo PNV: si no puedes vencer a tu enemigo, únete a él, o al menos ordéñale todo lo que puedas. Una vez terminada la hegemonía convergente, los de Esquerra quieren tomar el relevo y asentarse como la fuerza principal dentro del independentismo y de la Generalitat, es decir, dentro de Cataluña. Hay muchas cosas que ofrecer a Sánchez, permanencia en Moncloa, apoyo a los Presupuestos de 2022 y otros proyectos políticos, y a cambio recibir infraestructuras y esas “deudas históricas” que todavía colean: el control de la Justicia, el Consorcio de la Zona Franca y del puerto de Barcelona, sin olvidar el aeropuerto de El Prat. Peticiones que Sánchez está dispuesto a negociar y, si no hay más remedio, ceder.

Todo ello pasa por una mesa de diálogo entre el Govern y el Gobierno en la que se negociará el futuro de Cataluña. Una mesa que Sánchez no acelerará porque no tiene ninguna prisa en sentarse a hablar. Desde la Generalitat y otras instituciones se dice que no quieren “sólo” dinero, que la paz social tiene un precio mayor, el reconocimiento de Cataluña como región principal a la que hay que cuidar y mimar en todos los sentidos. Aunque en el fondo todo el mundo sabe que esa satisfacción de cariño se mide en millones de euros.

La cara visible que ha de capitanear este proceso a la inversa, Pere Aragonès, no lo tiene nada fácil. Su socio-rival, JxCat, intentará boicotearlo y desgastarlo tanto como pueda para que su diálogo con el Estado y Europa no prospere. Además, Aragonès debe cambiar su actitud como presidente de Cataluña y de todos los catalanes. No puede actuar como un activista y desaparecer de los encuentros internacionales que se produzcan en Cataluña, por mucho rechazo que quieran mostrarle al Rey Felipe VI. Es incomprensible que un político de la talla de Mario Draghi visite Barcelona y el presidente de la Generalitat no se entreviste con él.

En la política catalana han de cambiar muchas cosas y, sobre todo, sus relaciones institucionales. El indulto es sólo un punto de partida, el trabajo duro y difícil viene ahora. Ser magnánimo no es tan complicado como ser un buen negociador. Si se quiere devolver a Cataluña el peso comercial y empresarial y los lazos con la Unión Europea habrá que contar con un nueva relación mejorada con el Estado. Se acabó lo que se daba -“s’ha acabat el bròquil”, en versión catalana-, el independentismo de boquilla debe dar paso a una estrategia más inteligente y más realista en la que prime el interés de todos los catalanes. El viaje de Aragonès a Waterloo para entrevistarse con Puigdemont arroja ciertas dudas, pero ERC y su líder tienen delante una gran oportunidad para reconducir el futuro de Cataluña y de ellos depende aprovecharla. 

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