OPINIÓN

Los muertos y los libros sólo se enseñan en campaña electoral

Pedro Sánchez
Pedro Los muertos y los libros sólo se enseñan en campaña electoral
EFE
Pedro Sánchez

Los políticos no se molestan en disimular. Actúan a base de impulsos ideológicos y dando palos de ciego. Un ejemplo. Pedro Sánchez decide expulsar a Franco del Valle de los Caídos, motivo por el cual y según él mismo pasará a la historia por este hecho. ¡Ojo! No es una exageración de la prensa ni una invención literaria, son palabras anunciadas y subrayadas en público por el propio presidente del Gobierno.

Pero a lo que voy no es tanto a señalar la soberbia del político, que está a la vista de cualquier ciudadano, sino a descubrir la oportunidad de la fecha elegida: el 24 de octubre de 2019, casualmente diecisiete días antes de las elecciones generales del 10 de noviembre de 2019. No creo que la “movida” del dictador cambiara muchos votos de los españoles. Sin embargo, la historia se repite. Y a un mes de las elecciones autonómicas, 28 de mayo, Sánchez y su Gobierno deciden remover a otro protagonista de la Guerra Civil: José Antonio Primo de Rivera, trasladado este lunes pasado del Valle de los Caídos a otro cementerio más discreto.

Para empezar, y conociendo el percal académico que nos invade en este siglo XXI, la inmensa mayoría de jóvenes españoles y otra mayoría suficiente de periodistas de poca talla histórica, no se habrán enterado aún de quién era ese tal Primo de Rivera. Y lo que resulta más patético, lo confundirán con el otro Primo de Rivera, Miguel, que era su padre, y fue el dictador militar que gobernó España entre 1923 y 1930. Tampoco hay que confundirlos con los “primos” de Rivera Ordóñez, ni con la Taberna Riverita de la calle Ponzano de Madrid, esa que pone en su pared: “Ni políticos, ni toreros, somos taberneros”.

Lo digo porque ha sucedido estos días en algunas televisiones y en algunos periódicos nacionales en los cuales ponían la foto del padre en lugar de la del hijo, o advertían que “José Antonio Primo de Rivera cogió el poder en 1933 y promulgó la ideología falangista. En 1936 perdió el poder ante los republicanos después de tres años en el cargo para lavar la imagen de su padre, Miguel de Rivera” (sic). Más allá de los errores periodísticos frecuentes o la incultura habitual, también muy frecuente, de nuevo nos encontramos con el oportunismo político de elegir fechas electorales para agitar el ambiente. Como le decía Rodríguez Zapatero a Iñaki Gabilondo en TVE, el día que un micrófono mal cerrado les pilló hablando: “Nos conviene que haya tensión”.

Yo creo que es al revés, que la tensión es mala consejera, altera los ánimos y nubla la inteligencia, y te impide ver con claridad las cosas que suceden a tu alrededor. Y mucho menos votar con lucidez. Pero claro, de qué les sirve la claridad de ideas a unos políticos recalentados que anteponen el poder a su dignidad y honradez. Hoy día, por desgracia, casi todo el mundo prefiere ser rico a ser honrado. Será la falta de creer en unos valores superiores, de la misma manera que muchos tampoco creen que haya un “ser superior” -más allá de Florentino Pérez- que pueda mover el Universo y mejorarlo utilizando el bien y la bondad.

Volviendo al oportunismo electoral de trasladar muertos de un lado a otro, las enemistades o enfrentamientos nunca deben utilizarse como recurso ideológico más allá de la muerte, sobre todo si no se quiere que las rencillas y los odios se eternicen. Lo digo por la memoria histórica, o cualquier tipo de memoria que pretenda romper el consenso social y político ante las profundas heridas que ha sufrido la sociedad española. Todas las civilizaciones tienen claro que es una barbarie y un atraso seguir por ese camino perverso. Pero claro, basta levantar los ojos para darnos cuenta de que vivimos en la impostura, esa que cantaba Santos Discépolo en su tango “Cambalache”: “Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor (…). El que no llora no mama y el que no afana es un gil”.

Quizá la impostura sea lo que mejor define a la mayoría de estos políticos, principalmente Pedro Sánchez, que durante cuatro años, más o menos, nos vuelven a los seres humanos bastante locos con sus maneras distópicas, es decir, ficticias, indeseables y absurdas de gobernar. Pero ahora, cuando llega la hora de contar papeletas, son capaces de hacer de todo para convencernos de que son unos seres maravillosos, sensatos y bondadosos; incluso si nos descuidamos nos cuelan el timo de que ellos son excelentes e inteligentes lectores que se pasan la vida leyendo libros, y cultivándose para encontrar buenas ideas y hacernos la vida más agradable.

Lo digo porque el domingo pasado Pedro Sánchez decidió montar el show en una librería de Fuenlabrada, a la cual no había ido en su vida pero le pillaba de camino antes de ir a un mitin y dar caña a las masas, que mejor que hacerse el culto entrando en una librería. Eso sí, entró para hacerse una foto -sino de qué- con varios libros postizos cuando estaban cerca unos cámaras inmortalizando ese nuevo momento histórico, uno más, tan histórico como mover a Franco del Valle de Cuelgamuros. Además, el presidente se sorprendió mucho de que hubiera autores que se auto-editaran sus libros, será que en su librería no practican esas cosas de la autoedición.

En definitiva, está claro que Sánchez es más de fotos posando que de paseos por librerías. También hemos visto que al presidente del Gobierno le da lo mismo anunciar novelas o ensayos que dos días después publicitar miles de viviendas públicas, aunque en cinco años no haya ofrecido ni un solo apartamento ni lo haya construido su Ejecutivo. Quizá sean ideas u ocurrencias del ejercito de asesores que hay en Moncloa y que todos los días le susurran a Sánchez lo grande que es, al estilo del incondicional Félix Tezanos. Ya lo dijo el filósofo y cineasta, Guy Debord: “En la sociedad del espectáculo es imposible distinguir lo verdadero de lo falso”.

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