OPINIÓN

Los Torra de España: solidaridad buena y mala

Pedro Sánchez Quim Torra espaldas
Pedro Sánchez Quim Torra espaldas
EFE
Pedro Sánchez Quim Torra espaldas

Salvador de Madariaga, conspicuo liberal y una de las mentes más preclaras que alumbró la España del siglo XX, identifica en ‘De la angustia a la libertad’ (Espasa-Calpe, 1955) dos tipos de solidaridad. Por un lado, describe una física, pasiva, negativa, estéril; por otro, una moral, activa, positiva, fecunda. “Al volante de un coche bloqueado en una fila de varios centenares que esperan que se abra un paso a nivel, el hombre se halla ligado a los cientos de personas que en los demás coches aguardan por una solidaridad tan ineluctable y fuerte como la de las gotas de agua en una cañería. Pero lo más probable es que se le ponga el ánimo de un humor tal que no podrá sentir ni la menor solidaridad moral y efectiva con las demás víctimas de la espera”. Sería un ejemplo del primer supuesto. Por el contrario, en el caso de “estallar una epidemia de cólera” o de un coronavirus desconocido -que para el caso viene de perlas- “se lanza un llamamiento a los médicos y a las enfermeras de regiones no afectadas, y acuden voluntarios de todas partes, sin arredrarse ante los peligros de la tarea que libremente escogen. He aquí la solidaridad moral, activa, positiva, fecunda”.

Entiende el pensador gallego, tan crítico con los comunismos y la antigua URSS como con la dictadura franquista, que en los países fuertes y bien constituidos “la solidaridad nacional es completa y cubre toda la gama”. De hecho, más allá de la zozobra por los seres queridos, el dolor y la oración por los afectados o la incertidumbre por lo que se avecina, vemos en estos días ejemplos reconfortantes de esa España fértil, íntegra y recta. Por ejemplo, no debería quedar en anécdota la espontánea y conmovedora reacción de los ciudadanos que, desde los balcones que dan luz a su confinamiento, salen a vitorear a los sanitarios de toda clase y condición en el regreso de su extenuante jornada laboral. Se reconoce así la altura de quien no solo arriesga su propia salud, sino del que, en palabras de Madariaga, ha puesto su libertad individual al servicio del bien general… y nacional. Una reflexión que también alcanza a los políticos. Para bien, en casos como el del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, cuando -en el límite de los postulados que llegan de Génova- deja claro que “el Gobierno cuenta con el apoyo del Ayuntamiento en todas las decisiones por contundentes que sean si buscan concluir cuanto antes con esta pesadilla”.

En ese escenario, Pedro Sánchez tiene un desafío por delante de proporciones isabelinas. No en vano, la declaración del estado de alarma y la inherente asunción por el Ejecutivo de competencias autonómicas no tardó en topar con la mezquindad de quien entiende la solidaridad como ese atasco de vehículos ante el peaje del que hablaba Madariaga y es incapaz de sublimarla más allá de las ingenuas cuatro líneas del mapa que de pequeño identificaba como Cataluña o el País Vasco al colorear la geografía española. “Esta estampa infantil que las escuelas y hasta las universidades imprimen en el cerebro de las gentes tiende a reforzar y endurecer las fronteras físicas, erizándolas de barreras de policías, de aduana, de inspección, de divisas, de sanidad y tantas otras, todas contrarias a la salud política de las naciones y del orden internacional”, expone el pensador al referirse a aquellas naciones que están lejos de alcanzar conciencia de sí mismas.

En concreto, el presidente de la Generalitat, Quim Torra, arreció en Twitter -antes siquiera de conocer los detalles del real decreto del estado de alarma- y se quejó de la pérdida de atribuciones autonómicas. Aludiendo a una conversación telefónica con el lehendakari vasco, Iñigo Urkullu, apuntó: “Coincidimos es que no podemos aceptar que el Gobierno español confisque nuestras competencias en salud, seguridad y transporte”. Es más, desde su entorno no eran pacatos a la hora de deslizar un 155 encubierto. Horas después, en la reunión telemática con presidentes autonómicos celebrada ayer por Sánchez, insistió en conceptos como recentralización, invasión de competencias y confiscación, al tiempo que dejaba claro que seguiría tomando las medidas que considerara oportunas. Ante tamaña ceguera, sería deseable que Sánchez, por mucho que la emergencia dificulte su discurso ‘negociador’ con Cataluña, se eleve y mantenga firme en la aplicación de las medidas de excepción, despliegue de efectivos militares incluidos, sin concesiones políticas ni favoritismo alguno. Como bien dijo el propio presidente del Gobierno, no hay nada más alejado de esta crisis que las fronteras, cuando lo que se aborda es una pandemia.

Advertía precisamente Madariaga hace más de medio siglo sobre la dificultad que implicaba armonizar la existencia de una nación fuerte y unas aspiraciones regionales que siempre defendió, en tanto “ni el temor del comunismo ni del separatismo bastan para negarse a reconocer el derecho a la autonomía que asiste a toda región”. Bajo esta premisa, incluso abogaba por “proscribir” los partidos separatistas y rechazar cualquier forma de plebiscito, ya que la vida de una nación “no puede depender de un voto que se toma de una vez para siempre por una generación” ni de una votación que deje de lado a todo el resto de España. “Con la fuerza que le dará esta prohibición y con el apoyo de los Estados regionales sanos, el Estado nacional podrá intervenir siempre a tiempo y, si necesario fuere, privar provisionalmente de su autonomía a todo Estado regional que violara la Constitución”, remachaba en su ensayo.

El independentismo catalán gobernante en la región, que desde hace tiempo viene enseñando su peor cara, tampoco ha sabido estar a la altura en la más sencilla de las ocasiones. Bastaba con acogerse a la evidente alarma sanitaria para guardar silencio y arrimar el hombro. Bajezas como la lanzada por Clara Ponsatí –“De Madrid al cielo”, escribió la correligionaria de Torra en sus redes sociales- solo retratan a una clase dirigente mediocre y enajenada, capaz de sacrificar cualquier atisbo de solidaridad por conseguir una aduana. Por su parte, Sánchez, de quien se espera que articule y escenifique un plan global, parece entregado a anunciarnos baterías de medidas puntuales sin demasiado hilo conductor. Horas que se hicieron eternas tuvo que esperar una ciudadanía atemorizada para que resolviera sus discrepancias con Podemos y nos contara los pormenores de un estado de alarma en el que la cuestión catalana no merece más que un apunte a pie de página. En suma, un país en busca de liderazgo para una de sus peores horas.

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