OPINIÓN

'Maragalladas'

El líder del PSC, Salvador Illa (i), y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d)
El líder del PSC, Salvador Illa (i), y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d)
Europa Press
El líder del PSC, Salvador Illa (i), y el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez (d)

Antes de la eclosión del independentismo, a comienzos de este tercer milenio, la estabilidad y gobernabilidad de Cataluña descansaban en los acuerdos recíprocos de tres agentes: PSC, Convergencia y Unio, y ERC, según las relaciones de poder internas tras cada elección. La tríada de 1980 dictó hasta 2003 no solo la política económica (incluida la tributaria) de Cataluña; también participó en el sistema de financiación autonómica del Estado que, a pesar de su anemia en los últimos años, sigue rigiendo en la actualidad.

Sin embargo, el resultado de las últimas elecciones en Cataluña (con el espectacular triunfo de Salvador Illa y la desaparición de Ciudadanos), va a dar, se quiera o no, no solo un giro copernicano a la política tributaria catalana, sino también a sus relaciones con el Estado y las que mantiene con las demás regiones. Algunos, a la hora del primer gin tonic posterior al cierre de las urnas, han dicho que Illa es el enterrador del “procés”. Es una opinión certera que merece más de un matiz. Es verdad que el fracaso de ERC y la espantada endogámica de Junts (“Espejito, espejito, dime quién es la más guapa del baile”) avalan parcialmente la autopsia del independentismo. Pero no hay que ir tan rápido. Porque los conceptos y las cosas no necesariamente tienen un significado unívoco. Ahí tenemos a EH Bildu (que, por supuesto, nada tiene que ver con el PSC) peleando por la independencia abertzale con métodos que habrían sido sin duda colaboracionistas y despreciables para la pureza intransigente de ETA.

No hay que olvidar la doctrina de la contaminación y su influjo en personas y organizaciones tan dúctiles como el PSC. Illa, a medias un profesor machadiano de una escuela analógica y sin conexión a internet, y un un cura párroco de la Poble del Segur, puede llegar a la tierra prometida (que hace pocos años estaba muy alejada del ideario del socialismo catalán) de forma pancista, antiheroica y más comprometida con las cosas de comer. Estas vulgaridades de la vida cotidiana, unos olvidos forzosos en las novelas de caballerías son los que han condenado a ERC a pasar una temporadita en el desierto.

El socialismo de Illa ha logrado aglutinar en torno a su figura a un electorado compatible en su hartazgo del independentismo realmente existente pero heterogéneo dentro de una amplia horquilla que abarca desde posiciones nacionalistas hasta antiguos populares y convergentes, y exciudadanos vagabundos. Illa no tiene nada que ver con Joan Raventós o Ramón Obiols. La relación de Salvador Illa con el constitucionalismo español es dudosa, en el mejor de los casos. Desde luego, no se va a tirar al monte, como hicieron los insurrectos de 2017, pero (puño de hierro en guante de seda) va a ser un problema para el Estado español, porque Illa lleva en su maleta algo más que autonomismo. Su solidaridad con los demás españoles hasta ahora no ha aparecido por ningún lado.

Hace 25 años se hizo famosa la expresión la “España asimétrica” (copyright Pascual Maragall) para referirse a las astracanadas del entonces alcalde de Barcelona. Sin embargo, ahora todo, en la España de nuestros días, es fluido y asimétrico. Los que ven a Salvador Illa como la mano derecha de Pedro Sánchez en Cataluña, en mi opinión ven un espejismo. Don Salvador no es su testaferro en el noreste de la península. Todo indica que las palabras clave para calificar las todavía indefinidas relaciones del Estado con Cataluña van a ser “Asociación” o “Confederación”. Desde luego, el PSC no va a defender la igualdad fiscal entre los españoles, va a ir a su “bola”, va a pedir un régimen fiscal exclusivo de Cataluña, como el de Navarra y el País Vasco, y no se va a tomar muy en serio el Consejo de Política Fiscal y Financiera.

Tras las esperanzas muertas de la Constitución de 1978, en España está todo por hacer. Y con nuevos protagonistas, como Salvador Illa, que pasará de ser un actor secundario a coger los mandos de estructuras administrativas propias de un Estado. La Historia no tiene libreto. Salvador Illa, el hombre de las mil posiciones, era el tapado del “procés”.

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