OPINIÓN

Ocho mitos políticos que han caído con la victoria de Ayuso

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Desde estas mismas páginas hemos venido reiterando los efectos de la pandemia sobre la economía, la sociedad, el Estado y un sinfín de vectores que conforman la estructura de las naciones. El pasado 4 de mayo le llegó el turno a la política española, o al menos a los tradicionales análisis políticos. Estos no pueden seguir observando la realidad electoral con los mismos parámetros que antes de la llegada de la Covid-19 a nuestras vidas.

Para ello es necesario asumir el fin de las verdades absolutas y la validez de las reflexiones con fecha de caducidad. Aquello que analizábamos y aseverábamos con vehemencia hace apenas dos años saltó por los aires el martes pasado dejando sobre la arena política varios mitos que están más en cuestión que nunca.

El nacimiento de las ‘multirespuestas’

Uno de los grandes mitos de la politología ha sido la respuesta a la pregunta que se planteaba en cada elección. ¿Cambio o continuidad? ¿Derecha o izquierda? ¿Comunismo o libertad? Tradicionalmente, las campañas se han planteado en clave dicotómica desde el punto de vista del partido político de turno. Sin embargo, el 4M nos ha mostrado que ante la monopregunta deseada por los candidatos existe la multirespuesta por parte del votante.

Las elecciones han demostrado que el ciudadano da su propia respuesta a la pregunta que le apetece responder, bien sea libertad o socialismo, seguridad o derechos humanos, gestión de la pandemia o simplemente hartazgo.

La mentira no castiga (políticamente)

Al igual que ocurrió en las elecciones norteamericanas de 2016, las noticias falsas, malintencionadas, o desinformativas no perjudican, incluso favorecen a los candidatos que las sustentan. La inmediatez de las redes sociales y el extraño papel de los medios de comunicación hace que sea más importante difundir los datos en lugar de verificarlos.

Dicho de otra manera, no hay tiempo para que un desmentido surta efecto, por lo que, política y mediáticamente, es más eficiente volcarse en la difusión o contraprogramar con otro argumento de la misma o igual calidad. Decepcionante.

Ni techos ni suelos

Son dos conceptos que ya pertenecen al pasado. La volatilidad del voto es tal que ningún partido tiene suelo, como Ciudadanos, ni tampoco techo, como el Partido Popular en Madrid. La liquidez del espectro político hace que se produzcan trasvases de votos de una formación a otra a una velocidad nunca antes conocida.

En apenas 24 meses, el socialismo en Madrid ha pasado de ser el partido más votado a la tercera fuerza política de la Asamblea. Hablar de suelos o techos en la política de la fragilidad actual es, cuando menos, una quimera.

La desaparición de los gurús

‘Spin doctor’, gurú, asesor áulico, son solo algunas de las denominaciones que reciben aquellas personas que están detrás del líder en una batalla política. El 4M ha demostrado que la táctica de crear personajes en lugar de adaptarse a ellos y explotar sus fortalezas no funciona.

Ángel Gabilondo pasará a los anales de la politología como el ejemplo de cómo un buen candidato puede ser derrotado por su propio spin doctor. Sin credibilidad y firmeza no hay victoria posible y eso lo ha sufrido en carnes y corazón el dirigente socialista. En el otro lado de la balanza, Ayuso se ha ofrecido tal cual es y sin necesidad de hacer promesa electoral alguna. Junto a la extinción del gurú, el programa será el próximo objeto arcaico en desaparecer.

La participación sólo favorece a la democracia

Desde hace décadas, el mantra basado en que la mayor participación ciudadana favorece a la izquierda ha recorrido los manuales de campaña de la geografía política española, hasta el punto de condicionar estratégicamente los planes de las cúpulas de los partidos.

Si algo han demostrado estas elecciones es que la participación sólo favorece a la democracia y, con ella, al poder mayoritario que surge de las urnas, en este caso al Partido Popular y más concretamente a Isabel Díaz Ayuso.

El fin de los partidos

Este es quizá el punto más inquietante de todos los anteriores: existen partidos o existen candidatos. ¿Sería imaginable un Vox sin Abascal? ¿Entenderemos un Podemos sin Pablo Iglesias? ¿Existe el PSOE sin Sánchez? Difícilmente.

De la endogamia de los partidos hemos pasado al poder omnímodo del líder y con él, paradójicamente, a la debilidad del grupo frente a la persona. Las movilizaciones políticas son cada vez más causales en lugar de ideológicas. Cuando la causa es el candidato, el partido está perdido.

No hay relato

Relato. ¿Cuántas veces hemos escuchado esta palabra cuando hablamos de política? El problema del relato, al menos del español, es que se confecciona con posterioridad al resultado alcanzado, normalmente cuando se logra el éxito electoral. Es entonces cuando se confeccionan las estrategias y se adaptan al triunfo. Se escribe el relato en lugar de leerlo, a diferencia del modelo anglosajón en el que la historia se escribe con ánimo de cambiarla.

Reformismo vs. descontento

El poder reformista ha estado siempre presente con los cambios políticos. Un nuevo partido llegaba al gobierno con la fuerza necesaria para reformar y revolucionar aquellos aspectos maltratados por el equipo anterior. Así sucedió en el 82, en el 94, en 2004 y 2011. Sin embargo, desde entonces, el factor del descontento prima cada vez más a la hora de ir a votar. En cierto sentido, es un voto en negativo en el que el castigo prevalece ante el premio. Una situación que pone de manifiesto de nuevo la fragilidad de la política. En el caso madrileño se ha hecho del descontento la ilusión. Es el hecho que ha llevado a un partido a triplicar los resultados obtenidos hace sólo dos años y con el mismo universo electoral.

Han pasado 43 años desde las primeras elecciones plenamente democráticas en España. Desde entonces, tanto la estrategia como los análisis políticos no han cambiado, obviando la aparición de nuevos partidos, nuevas corrientes y, sobre todo nuevos ciudadanos, que tampoco entienden que sea necesario esperar cuatro años para votar cuando el mundo se mueve en décimas de segundo.

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