OPINIÓN

Operación 2x1 en el PP ante un otoño explosivo de peste y ruina

Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, durante la segunda votación de investidura de Pedro Sánchez
Operación 2x1 en el PP ante un otoño explosivo de peste y ruina.
EFE
Pablo Casado y Cayetana Álvarez de Toledo, durante la segunda votación de investidura de Pedro Sánchez

Dos por uno, no parece mal negocio. Pablo Casado ha canjeado a Cayetana Álvarez de Toledo por Cuca Gamarra y Martínez Almeida como quien enmienda con alivio una inversión equivocada. La transacción tiene el sabor agridulce de un punto y aparte: renuncias al fulgor de un sueño y te abrazas a la certeza. Gamarra y Almeida reivindican la gestión y la convicción como señas de identidad de un partido necesitado de fe en sí mismo y de confianza ajena. Atrapado por la pandemia entre apocalípticos irredentos y napoleones de guardarropía, el ciudadano agradece la humilde eficacia de dos alcaldes curtidos en la puta calle.

Un partido político es una asociación de picapedreros que sueñan con catedrales, pero acaban riñendo por la cantera. Ahí tenemos al PSOE y su Pedro Picapiedra experto en adoquinar poltronas. Ahí también a su compañero de Gobierno Pablo Mármol alicatando con la caja B el pisito menguante de Podemos. Y ahí está igualmente la casa del PP, a la que un año después de la reforma le afloran vicios de cantería.

Cayetana Álvarez de Toledo quería construir el gran templo del centroderecha, un poderoso edificio liberal que albergara a los españoles libres e iguales. Pero entre sus altas virtudes no figura la del liderazgo. No se puede ser portavoz de 90 diputados sin renunciar a tu única voz. No se puede dirigir la obra sin comerte el bocadillo con la cuadrilla. Tener la cabeza mejor amueblada del Hemiciclo no te garantiza más que un luminoso diario de sesiones. Puedes ser ingeniosa, profunda, perspicaz y lúcida, pero entonces tendrás que explicarte a ti misma que haces picando piedra. Si tuvieras madera de líder, serían perdonadas tus virtudes y excusada tu brillantez, de la misma forma que alabarían tu frialdad e impertinencia académicas.

Convengamos, por tanto, que el PP está mejor engranado con la incorporación de Gamarra y Martínez Almeida para los días de peste y ruina que padecemos. Ahora bien, que Álvarez de Toledo no estuviera en el lugar adecuado no merma un átomo su importancia en la construcción intelectual del centroderecha. Sería lamentable (y seguramente lo sea, pues la forma expeditiva de su despido tiene difícil compostura) que los conservadores echaran a barato sus cualidades y prescindieran de una voz cuya potencia y calidad es un lujo en su mermado coro. Tiene toda la razón cuando afirma que la batalla decisiva contra la izquierda no se libra tanto en el campo parlamentario, sino en el de la cultura como esqueleto ideológico de la sociedad.

No solo de pan vive el ciudadano, y el PP no puede reducirse a un elenco de eficientes administradores cuya aspiración máxima sea cuadrar las cuentas. El valor de los números no puede relegar los valores éticos, ni el saldo final sacrificar los principios. Su misión es la defensa en toda España de un modelo de convivencia y de un proyecto moral basados en el ideario democrático que le es propio.

Vox no habría destrozado la unidad de la derecha si, además de buenos gerentes, el Partido Popular hubiera defendido sus banderas con el mismo ahínco que la izquierda, la cual se ha apropiado de todas ellas, desde el feminismo al ecologismo pasando por la memoria histórica y el igualitarismo. Esta era la batalla que Álvarez de Toledo pretendía encabezar, de ahí que su destitución sea celebrada en secreto por el partido de Abascal. La revolución tecnológica está configurando una sociedad radicalmente distinta y el centroderecha necesita referentes intelectuales y morales capaces de hacerle frente a una izquierda dueña y señora del discurso cultural.

Se avecina un otoño explosivo: colegios acechados por el virus, curva epidémica en ascenso, cierre definitivo de miles de empresas, cientos de miles de parados más, déficit desbocado, inversores a la fuga… Colas de hambre, en fin. El Gobierno de Sánchez, débil y trufado por la extrema izquierda, inspira a los españoles la misma confianza que a los gobiernos extranjeros, que nos han bloqueado el país todo el verano porque no se fían ni del personaje ni de los datos. El principal partido de la oposición tiene una enorme e histórica responsabilidad de devolver la esperanza y la certidumbre a los ciudadanos, de manera solvente, pero también ilusionante. En suma, ha de tomar la iniciativa, enarbolar sus banderas y no esperar resignadamente al siguiente error de socialistas y podemitas para alzar la voz.

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