OPINIÓN

Pesadillas en Moncloa street… el último que apague la luz

Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz
Pesadillas en Moncloa street… el último que apague la luz
Europa Press
Pedro Sánchez, Nadia Calviño y Yolanda Díaz

Habrá que recordar, porque él no lo hace ni lo hará, que el pasado 28 de mayo Pedro Sánchez se estrelló contra unas urnas que él mismo quiso convertir en todo un plebiscito sobre su persona; un error, inmenso error, que dirían los clásicos, y que le puede pasar una mayor factura en la segunda parte de esta pesadilla en Moncloa Street. El presidente está intentando ajustar algunas piezas -todas parecen pocas- para romper el maleficio del descalabro electoral y político sufrido el 28-M. Lo que no cambia ni un ápice es su insistente y algo desgastado estilo de seguir practicando vudú sobre la cabeza de Alberto Núñez Feijóo, y de paso darle todos los días una ración doble de insultos. Ahora ya estamos en precampaña y aquí hay bofetadas para todos los gustos y sustos.

Normalmente, es el partido que está en la oposición el que más manguerazos echa para embarrar el terreno. Pero en el caso que nos ocupa y con Sánchez al aparato sucede todo lo contrario. El Gobierno y él mismo a la cabeza llevan practicando un constante ataque y un furibundo descrédito a la oposición, principalmente a Feijóo. En principio, nunca se ha visto un ejecutivo que practique con tantas ganas una estrategia tan polariza y cainita, y tan insistente por otra parte; que desprecie a todos los que no aplauden su remarcada posición de extrema izquierda. Habitualmente, el que está gobernando y ostenta el poder debería tener un mayor control y sentido de Estado, algo que no cumple el sanchismo bajo ninguna de sus apariencias.

Dentro de esta nueva fase de ataques al enemigo, el presidente también quiere hacer con su “ex” amiga política, Yolanda Díaz, lo que las palomas hacen con los monumentos, llenarlos de excrementos, pero sin destruirlos del todo, no vaya a ser que mañana precise cobijarse bajo su sombra o posarse en su rubia cabeza para montar desde ahí otro tinglado de coalición política con la extrema izquierda, los separatistas de ERC y los muy respetados, al menos por Sánchez, socios de Bildu.

Quizá por ello, utiliza el submarino camuflado de Nadia Calviño -la única que a pesar de quemarse cada día más no está aún achicharrada, será porque no tiene carné del PSOE-, para atacar a Yolanda Díaz y decir de ella que no ha hecho nada especial en todos estos cinco años. Que el mérito es de ella misma, la gran Nadia Calviño, y del no menos gran gobierno socialista, y no de esa señora que va los martes a los consejos de ministros a pasar el rato, sin hacer nada útil, ni la reforma laboral, ni la subida del SMI, nada de nada, ni nadie como Nadia.

Está visto que en esta vida menos la hermosura todo se contagia, incluida la notoria soberbia de Sánchez. Ya ha quedado más que acreditado el 28-M que la imagen del presidente socialista no vende, es más, produce cierto rechazo; y ya que no tienen a nadie mejor ponen a Nadia, que no es del PSOE y tampoco lo quiere ser… al menos de momento, hasta que llegue la hora y empiece el baile de postulantes para la sucesión, aunque el comportamiento de Nadia ya no sorprende a nadie. De repente la guerra entre vicepresidentas queda inaugurada… solo le falta decir a Calviño que ella con Yolanda Díaz en el Ejecutivo no podría dormir tranquila, ni echarse una siesta a gusto. Como en su día nos advirtió su admirado jefe. El seguidismo que practican muchos ministros demuestra el gran temor que les inspira Sánchez y la escasa variedad de ideas interesantes y creativas que hay en sus cabezas.

Por mucho que ahora la quieran vestir de armiño, nadie como Calviño sabe que España no va bien, y menos si lo dice Sánchez que puede decir eso mismo y lo contrario en media hora. España no va bien, y no lo digo yo, lo dicen los datos económicos. Que se frene su caída de la inflación no significa que no se hunda su otra pesadilla: el indicador adelantado, que ahí sigue sin dar tregua; y es algo muy distinto a que las cuentas anden bien para todos o sólo para unos pocos. Tampoco significa mucho que ruja Sánchez y diga que la economía “va como una moto”. Y si no, que le pregunten a la clase media española si la cosa del billetero y del monedero va viento en popa como una moto… o más bien como un motocicleta a pedales. Seamos realistas aunque nos duela, siempre será mejor para poder rectificar: seguimos siendo el país con más paro de la Unión Europea, por encima de Grecia, y no hablemos ya de los jóvenes españoles y su pésimo porvenir. Habrá que hacer algo más que engañarse, habrá que planificar el futuro de una vez por todas.

Para mejorar las cosas, al menos para él, Sánchez ha decidido pedirle a Rodríguez Zapatero que le asesore en estas nuevas elecciones. Algo que ya venía haciendo desde hace un tiempo, entrando en Moncloa con bastante frecuencia para susurrarle en el oído al presidente actual. Este lunes pasado ZP presumía en la COPE ante Carlos Herrera de que Irene Montero es fantástica y que todo en Sánchez es maravilloso, y que este último le hace bastante caso en todo lo que le dice, a pesar de su alta soberbia, esto último no lo dijo Zapatero sino que es vox populi en la calle y en cualquier esquina de España. Hasta Juan Luis Cebrián anunciaba también el lunes en El País que “el PSOE merece ir a la oposición para facilitar su retorno a la centralidad”. Esta es una de las muchas perlas que Cebrián ofrecía en su artículo -“Cumplir la penitencia”- que merece la pena leer atentamente.

Que en Moncloa le hacen caso a ZP se nota y mucho. Sobre todo porque han vuelto a las andadas, a la estrategia del “somos los mejores”, que en su día uso mucho Zapatero y se estrelló al poco tiempo. Se acuerdan: "España está en la Champions League de las economías mundiales”, dijo el propio presidente en septiembre de 2007. Luego vino lo que vino, pasó lo que pasó, y el PSOE se hundió por goleada. Lo de la Champions fue una mentira más de las que se dijeron en la época de Zapatero; pero fueron muchas menos que las falsedades escuchadas estos últimos cinco años con Pedro Sánchez en Moncloa. A cada uno lo suyo.

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