OPINIÓN

¿Qué hacemos con Biden… y dónde metemos a Trump?

Debate Donald Trump y Joe Biden
¿Qué hacemos con Biden… y dónde metemos a Trump?
Ross D. Franklin - AP
Debate Donald Trump y Joe Biden

No han sido los enemigos de Joe Biden sino sus aliados mediáticos los que han dictaminado, tras su debate televisivo del jueves pasado con Donald Trump, que no debe continuar con la campaña electoral para intentar ocupar el cargo de presidente durante otros cuatro años. Casi todos los que opinaron de este modo detestan sin tapujos a Trump, pero no pudieron rebatir las afirmaciones del aspirante republicano de que Biden es incapaz de gobernar. Incluso tuvo momentos muy visibles de confusión senil que duraron segundos pero que fueron evidentes y suficientes para dejar claro que las cosas sólo pueden ir a peor.

Biden, que tiene fama de ser un hombre con gran autocontrol, debe ahora enfrentarse a su principal decisión tras casi cuatro años en la presidencia. La respuesta es clara para todos, ¿pero lo será también para él? No se trata solamente de ganar unas nuevas elecciones, sino de gobernar otros cuatro años, y que el electorado sienta que será capaz de ello. Los analistas políticos, incluidos los de alma demócrata, tienen clara una sola idea: Joe Biden debe dimitir y no buscar la reelección. Sin embargo, el problema es doble. El actual presidente no puede volver a presentarse y su segunda en el cargo, Kamala Harris, no está valorada como una buena candidata presidenciable según las encuestas y sondeos.

Disculpen que meta a la familia en estos temas, pero me gustaría comentar una breve anécdota. Mi hermana lleva más de 30 años viviendo en Estados Unidos y siempre ha votado al Partido Demócrata. En esta ocasión, confiesa que si Biden sigue como candidato va a tener grandes dudas de volver a elegir al mismo partido, y que puede terminar votando en blanco a pesar del riesgo de que pueda ganar Trump. Pero el riesgo de un Biden con 81 años y facultades mentales bajo sospecha pesa más. Está claro que el panorama para los demócratas no es esperanzador. Joseph Biden debe pensar en él pero también en el partido, y en retirarse antes de que sea demasiado tarde. Una huida a tiempo puede ser una victoria personal y, paradójicamente, un estímulo para los propios votantes. Si decide continuar y pierde todos los dedos le señalarán a él.

Lo malo del presidente actual es que no tiene muchas opciones, delante está Donald Trump, un populista de 78 años sin escrúpulos capaz de cualquier cosa para alcanzar el poder. Pero también está la solución peor para la sociedad norteamericana: que se confirme la victoria de Trump y Estados Unidos deje de ser una democracia convencional, como ya intentó en su anterior mandato el actual aspirante republicano, y el Gobierno de la nación cambie sus alianzas y abandone sus responsabilidades de potencia líder de Occidente.

En Europa, cuando el bipartidismo se rompe por dejadez institucional de los dos principales partidos, surgen nuevos grupos políticos que en muchas ocasiones alcanzan posiciones de gobierno. No sucede así en Estados Unidos, donde los partidos tradicionales -Republicano y Demócrata- mantienen el control del Ejecutivo y del Estado, aunque cambian sus estructuras y surgen como gran novedad distintos líderes que rompen con algunas formas establecidas y muestran ciertos estilos demagógicos, sin olvidar los dogmatismos muy presentes en estos tiempos.

El populismo, lo estamos viendo y sufriendo desde hace una década, es una corriente nefasta que golpea por igual a izquierdas y derechas. Basta con que los ciudadanos y votantes pierdan la fe en las instituciones democráticas y se dejen atraer por las falsas promesas demagógicas del propio populismo. No se trata de un partido de fútbol para elegir a los buenos y a los malos, el problema reside en que la tendencia de polarización y radicalismo que imprimen ciertos Gobiernos contamina la vida pública y termina por corromper todo el debate nacional.

En Estados Unidos, quien inició el giro populista fue sin duda el Partido Republicano con Donald Trump a la cabeza como líder conflictivo y tóxico. Sus actitudes chulescas, sus corruptelas, sus continuas mentiras, su destrucción de la convivencia y sus peleas con la Justicia han sido una constante que desgarró en su momento buena parte de la política nacional. No voy a decirles quién ha sido en España el político que ha polarizado la sociedad, al estilo Trump, porque es una obviedad y hasta un niño de siete años puede darse cuenta de ello.

Si el próximo 5 de noviembre gana Trump las elecciones presidenciales los problemas van a crecer de nuevo. Sin embargo, gracias a la fuerte sociedad civil que impera en Estados Unidos, la economía se mantiene bien, incluso notablemente por encima de Europa; su ventaja y poderío tecnológico, militar y creativo también están muy por encima de casi todos los países del mundo, si exceptuamos en algunos aspectos a China. El único riesgo disruptivo está en la cabeza de Donald Trump y en sus imprevisibles intenciones. Cabe la esperanza, remota pero posible, de que si gana las elecciones y siendo este su último mandato, quizá quiera pasar a la historia no tanto como un bocazas estridente sino como alguien que ha hecho algo digno por su país y por el mundo del siglo XXI. Lamentablemente, tengo mis dudas de que el señor del pelo naranja nos sorprenda a todos con unas felices decisiones y unos buenos comportamientos. 

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