OPINIÓN

Rompiendo tabúes: ¿estamos ante el comienzo de una nueva era?

Podcast | Semiconductores: un chip minúsculo que es capaz de frenar toda la economía global
Rompiendo tabúes: ¿estamos ante el comienzo de una nueva era?. 
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La geología presenta una gran ventaja frente a las ciencias sociales. Mide los sucesos físicos más importantes de la historia según las capas de la corteza terrestre. Es un método científico, alejado de cualquier interpretación y por lo tanto ofrece la seguridad académica imprescindible su progreso. Sin embargo, la historia de la Historia no es tan pacífica. Se puede resumir en una lucha continua entre cambio y continuidad. Son dos conceptos que han determinado y condicionan la vida social, económica y política de la Humanidad. En esa línea temporal ocurren hitos, sucesos de tal envergadura que crean muescas en su tronco temporal, aquel que va marcando siglo a siglo nuestra presencia en el Planeta.

En algunas ocasiones es necesario parar las máquinas y mirar un momento atrás para darse cuenta de como están cambiando nuestra propia historia y sobre todo a qué velocidad lo hace. Es aquello que los ‘coaches’ llaman “tomar perspectiva”, el paso previo a una decisión que lo podría cambiar todo en nuestras vidas. En ciencia política, la máxima lampedusiana, del “que cambie todo para que nada cambie” resume a la perfección la realidad del ‘cambio continuo’. Paso a paso y con miles de años de evolución, la transición de un ser humano nómada y recolector a otro sedentario y agrícola se fue imponiendo. Bien es cierto que nos costó decenas de miles de años descubrir que era mucho más eficiente sentarse a esperar que las semillas crecieran en los campos que ir detrás de un mamut, sin posibilidades ciertas de obtener resultados.

El plazo del cambio, la iteración a un nuevo modelo, se redujo considerablemente cuando la revolución industrial llegó a nuestras vidas allá por el siglo XVIII. Millones de trabajadores se preparaban para dar un paso de gigante hacia la producción en serie, la consolidación de la ‘casta’ obrera y la consecuente lucha de clases.

Hace apenas unas décadas, la tercera gran revolución de la Humanidad entró por nuestra puerta, acabando drásticamente en Occidente con la segunda, e introduciendo en nuestras vidas la Sociedad del Conocimiento, con parada previa en la de la Información. El acceso universal a Internet y el desarrollo de la industria de contenidos digitales jugaron un efecto multiplicador en el triunfo de la tercera ola que preconizaba Alvin Toffler y que parece poner en el ocio el fundamento de una buena parte del crecimiento económico.

Las nuevas tecnologías son el sector en el que se ha producido una mayor aceleración de los acontecimientos. Aquí la idea del ‘cambio continuo’ está más vigente que nunca. Las manifestaciones empresariales, económicas e individuales, de esta nueva sociedad digital se han ido sucediendo a una velocidad cada vez mayor y, en algunos casos, esta rapidez ha llegado a unos niveles realmente preocupantes. Los que conocieron Telnet, los poseedores de cuentas de correo de Yahoo, o los que devorábamos Messenger como medio de comunicación digital hemos visto grandes gigantes desaparecer, dando paso a otros nuevos. Facebook, Twitter, Google o YouTube vinieron a nuestras vidas con la intención de quedarse en ellas para siempre y lo consiguen… de momento.

Tradicionalmente hemos estudiado la Historia como el transcurso de los acontecimientos entre épocas. En el momento que llegaba un hecho suficientemente disruptivo o revolucionario dábamos paso a otras eras. Así ocurrió con la aparición de la escritura, la caída del Imperio romano, el descubrimiento de América o la revolución francesa. Son acontecimientos que no obedecen a una causa concreta. Por el contrario, son desencadenados por múltiples de ellas, pero siempre hay algún hecho o suceso paradigmático que suponen esas muescas en el tronco de la Historia universal.

Llevamos anquilosados en la última de esas muescas desde 1789. Pese a que el posmodernismo o la edad moderna tardía acapararon las reflexiones académicas en torno al debate sobre una nueva etapa, el paso de la Edad Contemporánea a otra nueva no ha obtenido el consenso suficiente como para afirmar que, quizá hace ya mucho tiempo, nos encontramos ante una nueva era de la Historia.

Y es que no podemos decir que hayamos visto ataques en llamas más allá de Orión o rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, pero entre medias sí hemos vista a la Humanidad partirse la cara en dos Guerras Mundiales, derribar muros que separaban bloques políticos antagónicos el 9 de noviembre de 1989, establecer nuevos órdenes mundiales el 11S de 2001, sufrido crisis económicas brutales en 2008 y 2020, o pandemias que cambiarán definitivamente la relación entre las naciones y entre los ciudadanos de la llamada aldea global. Los cambios de época se caracterizan por ese detonante, ese hecho singular en el que convergen todos los movimientos de la historia en un momento dado y cuyas consecuencias son tales que acaban radicalmente con la concepción social, económica y política anterior.

En nuestros días, si echamos la vista atrás, la pandemia ha cambiado y cambiará todos estos parámetros. La sociedad global no será la misma. De la interconexión hemos pasado a la separación más profunda, no ya entre naciones, si no entre ciudadanos de un mismo país, simplemente por el hecho del mayor o menor acceso al conocimiento.

En el plano económico es evidente que las consecuencias de la pandemia tardarán mucho tiempo en desaparecer. Probablemente tengan tal impacto sobre la sociedad de consumo que valores como la sanidad, la seguridad o el ocio, impactarán de tal forma sobre el mercado que se situarán en la pirámide de la elección de compra del ciudadano, acentuando de esa manera la desigualdad entre sociedades.

Pero si hay un aspecto que realmente ya ha cambiado, es el de la política. La cultura de las emociones ha impulsado, como no podía ser de otra manera, los populismos. Incluso la democracia ya no es la que era. A la tradicional misión de los Estados de proteger y hacer guardar sus fronteras físicas se la ha unido su concepción social. Conceptos tan atávicos como la Seguridad Nacional incluyen ya otros muchos matices como los del seguridad económica, energética, sanitaria o social. Una muestra evidente de que el Estado moderno se expande a todos los órdenes de la vida.

Sin embargo, a efectos académicos, seguimos estancados en la edad contemporánea, una edad que, por definición, nunca terminará, puesto que siempre perteneceremos a la época en la que vivimos, sea en 1789 o en 2021. Pase lo que pase, estamos condenados a ser contemporáneos.

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