OPINIÓN

Un Gobierno cocido a la madrileña…hasta que Europa aguante

Tras la debacle del 4-M, la estrategia del Gobierno pasa por exprimir la legislatura como un limón y encender una vela a Bruselas para que Europa suelte las ayudas de recuperación sin imponer un rescate a la griega.

Pedro Sánchez quiere sacar el debate político del ámbito nacional y cobijarse al abrigo de los grandes líderes europeos
Pedro Sánchez quiere sacar el debate político del ámbito nacional y cobijarse al abrigo de los grandes líderes europeos
La Moncloa
Pedro Sánchez quiere sacar el debate político del ámbito nacional y cobijarse al abrigo de los grandes líderes europeos

Pedro Sánchez no quiere vivir a la madrileña, lo que es tanto como decir que aspira a establecer un amplio cortafuegos para que los efectos derivados de los rotundos resultados del 4-M no se trasladen a la política nacional. No se trata sólo de extender el manido cordón sanitario contra Vox, sino que ahora es más urgente si cabe sofocar el grito de libertad con el que Isabel Díaz Ayuso ha sintetizado el ansia contenida de una ciudadanía adulta y con derecho a no ser permanentemente engañada por sus administradores. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha puesto muy alto el listón de una democracia que necesita también ser reconocida en su mayoría de edad y que tiene muy poco que ver con la invocada por el PSOE como escudo protector contra las alucinaciones de un fascismo fantasmal y trasnochado.

Los acontecimientos recientes, desde las mendaces encuestas a la desesperada de José Félix Tezanos hasta la huida fulgurante del repeinado Pablo Iglesias, pasando por los globos sonda de una estrambótica estrategia fiscal y la opacidad de los planes de reconstrucción económica, han generado la sensación de que los días de gloria del ‘sanchismo’ pronto verán su fin. La compleja estructura territorial del país y la capacidad de sufrimiento de una sociedad civil que todavía no ha terminado de desperezarse impedirán un desenlace tan rápido como el que auguraba Máximo al emperador Cómodo en la ficción llevada al cine por Ridley Scott. Pero está claro que el jefe del Ejecutivo tendrá que lidiar en los próximos meses con una oposición reforzada por un ideario programático que ha recibido un inequívoco refrendo social y que es radicalmente contrario al modelo de convivencia que hasta ahora se imponía como políticamente correcto.

En la competición por ganarse al electorado, lo único que ha ocupado todos sus desvelos desde el primer día que se instaló en el poder, Sánchez ha perdido la mano o, como le gustaría decir a un aficionado al baloncesto, el llamado factor cancha que permite jugar el encuentro decisivo en casa y con el público a favor. La apabullante victoria del PP en Madrid, unida a la debacle socialista, inclinan ahora el terreno en contra del presidente del Gobierno, lo que obligará a Iván Redondo y su sanedrín a sacar algún nuevo conejo de la chistera con el que mantener por arte de magia la ufana pose del presidente. La baraka que ha adornado el manual de resistencia de Sánchez desde el día que batió a Susana Díaz en las primeras del PSOE se está agotando y ya se sabe que una mala carta puede echar por tierra toda la jugada.

Pedro Sánchez quiere cobijarse al abrigo de Europa, presentando en Bruselas el programa económico de una nueva coalición de gobierno lavada y peinada sin moños ni coletas

Mientras en la sede socialista de Ferraz se conjuran para que el jefe empiece a cortar cabezas en una limpia a fondo de su lista de ministros y cortesanos palaciegos, en los cuarteles generales de la Presidencia del Gobierno se afanan en buscar justificaciones al fracaso con el fin de descargar responsabilidades y atisbar alguna luz de esperanza ante el porvenir de la legislatura. Los asesores de cabecera de Sánchez quieren pasar página lo más rápido posible, aunque admiten en petit comité que el escenario ha cambiado de manera sustancial, lo que obliga a una reflexión fría y alejada de toda precipitación tanto de carácter temporal como espacial. En otras palabras, la estrategia pasa por dilatar al máximo cualquier convocatoria electoral a la vez que se aparca de forma súbita el debate político en España para trasladarlo al ámbito comunitario, donde se ventila realmente el futuro económico del país.

Cobijarse al abrigo de Bruselas, profesando una creencia ciega en el proyecto europeo merced a una coalición de gobierno lavada y peinada sin moños ni coletas, es la línea maestra en la que se van a centrar todos los esfuerzos de la propaganda oficial. El propósito consiste en aplicarse con la mejor conducta ante los funcionarios europeos para que los famosos 140.000 millones de ayudas no sufran ningún altercado por el camino. Sánchez va a reestructurar los poderes efectivos dentro del Ejecutivo, haciendo de Nadia Calviño una especie de consejera delegada y de Yolanda Díaz algo así como una directora general de operaciones. El presidente está convencido de que los fondos de recuperación económica constituyen el chute que necesita España para salir de pobre, pero por encima de todo para arreglar el desaguisado de su ineficiente actuación política.

El Gobierno quiere insuflar una singular prosopopeya a un maná comunitario que, en números redondos, equivale al 12% del Producto Interior Bruto (PIB) de nuestro país. A este dato se añaden otros tres puntos porcentuales de ahorro miedoso y embalsado en los hogares españoles desde principios de la pandemia y que algunos consideran como el copioso aperitivo de un consumo desatado a partir del segundo semestre del año. Desgraciadamente, el análisis alimentado por el optimismo antropológico que invade históricamente a Moncloa no se detiene en considerar si tan magnas aportaciones financieras han de ser bien gestionadas. Aquí y ahora lo importante es aprovechar la barra libre y gastar con fruición, aunque sólo sea para dar la razón a Felipe González cuando asegura que Pedro Sánchez es “ese tío que, cuando todo va mal, sale y dice que el futuro es cojonudo”.

Madrid no es España pero el 4-M extrapola a nivel nacional la sensación de un cambio de ciclo y de un Gobierno grogui a la espera de que Europa le tire una toalla

El jefe del Ejecutivo necesita frotar más que nunca la bola de cristal de Nadia Calviño, ese Excel ideado para hacer frente a un terremoto que aventura un crecimiento económico acumulado de casi el 14% en el bienio de 2021 y 2022. La caída consumada de medio punto en el primer trimestre de este ejercicio es agua pasada que se supone no va a mover el molino contra el que se tendrá que enfrentar el líder socialista si pretende exprimir el limón de la legislatura hasta la última gota. Lástima que en este empeño por observar la botella medio llena nadie caiga en la cuenta de que el vaso donde se vierten todas las ilusiones tiene el culo roto porque España sigue padeciendo un déficit estructural en sus cuentas públicas del 5%, lo que supone un agujero negro de 60.000 millones de euros, sin parangón en toda la Eurozona.

La enfermedad crónica que sufre la economía nacional en su deficiente elaboración y ejecución presupuestaria se manifiesta de forma recurrente en la desidia de un Gobierno petrificado cada vez que tiene que adoptar medidas drásticas. En esta ocasión el acecho de los vigilantes comunitarios ha obligado a Pedro Sánchez a salir de su natural inmovilismo económico, amagando con una manada de impuestos que, si algún milagro no lo remedia, atacarán por oleadas el bolsillo de la clase media trabajadora durante los próximos años. Todo sea para poder mantener el ritmo de vida de unos reinos de taifas autonómicos claramente inmanejables, como se ha demostrado de manera patética tras la reciente finalización del estado de alarma.

El gasto público, que es la madre del cordero, seguirá despendolado para asegurar los abonos de las múltiples y diversas voluntades que han creado las infames mayorías soportadas por la corrosiva fragmentación parlamentaria de nuestro país. Como se han esmerado en transmitir hasta la saciedad los portavoces socialistas, Madrid no es España, claro que no y malo sería. Pero el dictamen de las urnas este pasado 4-M es perfectamente extrapolable a nivel nacional, si no en su futuro alcance electoral, cuando menos por su inmediato efecto psicológico. Una sensación de cambio de ciclo que se conjuga con la existencia de un Gobierno grogui y a la espera de que Europa le tire la toalla.

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