OPINIÓN

Una monarquía más profesional y menos campechana

Los Reyes en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega Los Reyes en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega 29/7/2020
Una monarquía más profesional y menos campechana.
EP
Los Reyes en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega Los Reyes en el Mercado Nacional de Ganados de Torrelavega 29/7/2020

España vive este caluroso verano de 2020 entre las desgracias sanitarias del coronavirus y las desdichas borbónicas y monárquicas del 'Corina-virus'. De la corona a Corina no sólo hay un virus disléxico, hay también una hemorragia informativa que no cesa y que afecta a las células nucleares del Estado. El pasado siempre vuelve. Y cuando se hace presente, los protagonistas se echan a temblar porque saben que hay cabos sueltos por atar y muchas cuentas pendientes por aclarar.

Para bien o para mal, la sociedad ha cambiado, y la española mucho más. Esto ya no es una dictadura, a Dios gracias y, precisamente, también gracias al Rey emérito. Esto es una monarquía parlamentaria con más de 40 años de prosperidad social, económica y política a sus espaldas. Lo nunca visto por estas tierras. Ahora manda el pueblo español en su versión 'opinión pública', y la maquinaria propagandística de la 'opinión publicada' guía los intereses de lo políticamente correcto.

Y lo correcto ahora es, sin duda alguna, aclarar y sanear los posibles desaguisados del Rey emérito, pero sin la necesidad (ni el oportunismo) de hacer tambalear partes del edificio democrático, y mucho menos la jefatura del Estado. Cuando Jordi Pujol admitió sus ocultaciones al fisco y se descubrieron en Andorra sus muchos millones de euros de procedencia desconocida, nadie cuestionó la existencia o el futuro de la Generalitat, sólo se exigió investigar al expresident.

Con el rey Juan Carlos sucede lo mismo. Como dijo el propio Pedro Sánchez, aquí se juzga a las personas, no a las instituciones. El Rey emérito, hoy por hoy está libre de toda condena -por ello puede salir de España cuando quiera sin necesidad de huir-, pero no está libre de toda sospecha, y esas dudas hay que despejarlas por el bien de su persona y de su imagen, principalmente. En 2014 se realizó, con la abdicación de don Juan Carlos en don Felipe, la desconexión entre la monarquía española del siglo XX y la del siglo XXI. Es obvio que el puesto de Rey es hereditario, pero cada época y generación tienen su modelo de monarca y de regencia, y sus circunstancias nunca son las mismas, más bien lo contrario. Muchos de los comportamientos que se toleraron y encubrieron (por presidentes de Gobierno y medios de comunicación, principalmente) durante buena parte del reinado de Juan Carlos I, chocan ahora frontalmente con una sociedad que posee otros niveles de exigencia y transparencia, y sobre todo, otros sistemas de comunicación más severos e impúdicos.

Ello no significa que los errores del pasado deban desaparecer por arte de magia. Y aunque algunos delitos puedan prescribir con los años, es bueno y necesario que el Rey Felipe VI limpie y cauterice los comportamientos poco ejemplares de su predecesor, aunque ello sea en ocasiones un ejercicio duro de ejecutar en lo personal. Los que conocen de cerca al nuevo monarca y han conocido al anterior, suelen decir que ambos son como el día y la noche. Que en esta ocasión no se cumple lo de tal palo tal astilla. Que Felipe VI no ha heredado la 'campechanía' de Juan Carlos I, sino que ha salido a su madre, la Reina Sofía.

De ella, de doña Sofía, su consorte dijo en cierta ocasión como gran piropo: “Es una gran profesional”. Don Juan Carlos se refería básicamente a que ella antepone sus deberes a sus deseos, y que era capaz de sacrificarse todos los días por el bien de la Corona, de España y de su familia. Pues bien, la manera de ser de don Felipe es mucho más Grecia que Borbón, más profesional que campechana, más preparado que intuitivo, más casero que fiestero. El nuevo Rey tiene claro que la monarquía es el tronco y las raíces que sustentan la democracia. Y para que siga siendo útil a la sociedad española no sólo debe ser garante del buen funcionamiento institucional, sino también un modelo de ejemplaridad en todos los órdenes. Y eso lo tienen muy claro tanto él como su consorte, la reina Letizia, que está ejerciendo una gran labor siendo su principal apoyo, y lo tiene claro su hija heredera, Leonor, y su otra hija, Sofía. Hoy, agosto de 2020, todos los miembros de la Familia Real tienen clarísimo, incluido don Juan Carlos, que sin ejemplaridad no hay monarquía que resista.

Escándalos y desaguisados los hay en todas las Casas reales y menos reales. La británica, que es una de las principales monarquías parlamentarias del mundo, ha tenido sus líos -económicos y sentimentales- y sus grandes tropiezos institucionales, pero la mayoría de británicos, casi el 75%, no duda de la utilidad de esta institución, y son una minoría los que platean la república. En España, donde nos va el estrépito y las soluciones bravas, algunos quieren aprovechar la ocasión para intentar complicarles un poco más la vida a los españoles, cuestionando un modelo de Estado que ha funcionado con eficacia los últimos 40 años.

Y aunque seamos una monarquía parlamentaria con todas las de la ley, bien podría decirse, sin embargo, que España funciona como una república coronada. Posee todas las excelencias y atributos de una república, junto a las ventajas de las monarquías parlamentarias, entre ellas el tener un o una jefa de Estado preparado y adiestrado para ello desde que nace, que actúa como árbitro neutral, defendiendo la Constitución y las instituciones, sin bajar al barro de la política partidista.

Votar cada cuatro años no es garantía de éxito, como estamos viendo con los Gobiernos que tenemos y hemos tenido. El sistema de partidos que se fomenta y construye con la democracia es suficiente para fortalecer la representatividad de la Nación, elegir el Parlamento y al presidente del Gobierno, pero sería ya un exceso -sobre todo en España- multiplicar la lucha política y los pleitos partidistas para elegir también al Jefe de Estado. La figura de un Rey neutral y ejemplar es casi imprescindible para un país tan polarizado, dividido y complejo como el nuestro. En España, a pesar de los pesares y de los errores, siempre ha funcionado mucho mejor la monarquía que la república. 

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