He conocido a alguien sin olfato desde el 12 de noviembre de 2020. Recuerda la fecha porque a la pérdida de olfato y gusto se sumó un tsunami que la dejó para el arrastre durante semanas. No debería extrañarme que una superviviente del covid sufra anosmia -así se llama científicamente- pues casi el 6% de los afectados la padece, pero me ha impresionado su relato. Me ha contado que la carne le sabe a suela de zapato, las frutas a plástico y las rosas carecen de aroma. Puede meter la nariz en el bote de lejía y, salvo porque le abrasan los ojos, pensaría que está oliendo agua embotellada. El día que quemó el embrague del coche hizo veinte kilómetros sin inmutarse, pisando el acelerador como si no hubiera un mañana.
Puesto que el olfato es mi sentido más desarrollado, me he preguntado cómo viviría sin él y solo pensarlo me entristece. También me he preguntado si será cierto que la sensibilidad olfativa, como sugieren algunos estudios, es mayor en las mujeres, en especial durante la ovulación, porque entiendo que para esta chica debe de ser especialmente doloroso no percibir ningún olor ya que el olfato también nos conecta al ser amado. Ella me ha contado que entrena su sentido del olfato con una terapeuta, pero a lo más que llega es a recordar algún sabor, no a apreciarlo, y se desespera. El olfato se alía con la memoria, aunque ella se haya olvidado de su existencia.
Escribo sobre el olfato porque está muy conectado a la curiosidad, por eso hay que prestarle atención cuando algo nos la roba, incluyendo a las personas que nos atraen. El olfato ofrece bastante información mientras que la vista puede ser engañosa, de hecho, madura antes: a los cinco meses de gestación el olfato está desarrollado y los embriones reconocen aromas a través del líquido amniótico de la madre, entre ellos los de aquellos alimentos de olor muy fuerte, así que ojo con atiborrarte a curry en el embarazo. Más tarde, al nacer, también registrarán en su hipocampo los aromas maternos, los de su perfume o sus cremas, cuando ellas les amamantan o arrullan.
Mucho de lo que archiva nuestro cerebro entra antes por la nariz que por los ojos, pero solo nos acordamos de ella cuando estornudamos o se tapona por un resfriado. O ahora, empatizando con esa chica sin olfato a quien el tiempo también se le hace muy cuesta arriba, tanto que para ella ha transcurrido una década en oscuridad olfativa, aunque el calendario cuente tres años.
Un mundo sin aromas es tan triste como uno en blanco y negro.
Informándome sobre la extraña patología he comprendido lo impredecible de su diagnóstico y más aún lo incierto de sus tratamientos, y he leído que la tristeza y la depresión distorsionan el olfato, hasta el punto de confundir los aromas en personas sin anosmia. No solo eso, en experimentos de laboratorio en los que se extrae el bulbo olfatorio a ratones estos terminan con síntomas depresivos; así que entiendo que la chica sin olfato no cuente el tiempo por los días que trascurren entre el amanecer y la puesta de sol, sino por las flores que se ha perdido desde aquel aciago noviembre.
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