Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

'Black Mirror'

A veces la realidad supera a la ficción
A veces la realidad supera a la ficción
PEXELS
A veces la realidad supera a la ficción

El del quinto nunca se miraba en los espejos. Lo sé porque cuando vivía en aquel edificio y coincidía con él en el ascensor, bajaba la cabeza para no verse reflejado en el que había en la trasera del elevador. El hombre no era ni un batracio ni un ser asocial porque ayudaba a las ancianas, acariciaba a nuestras mascotas y hacía buenas migas con los adolescentes a quienes contaba cosas que les hacían levantar la vista del móvil, algo que no se logra fácilmente; tan solo no se miraba en el espejo como hacemos los demás.

Por lo visto, el de quinto tampoco los tenía en casa. Me lo comentó una tarde la portera e ignoro por qué me ha dado por recordarlo estos días. Reconozco que el tipo nos despertaba curiosidad, pero no esa que empuja a aprender y a ganar autoconfianza, sino una curiosidad muy entretenida que carecía de afán. La mujer me explicó que solía regar sus plantas cuando estaba de viaje y un día tuvo que entrar en el cuarto de baño en lugar de usar el de la portería; ahí descubrió que no tenía espejo en el aseo, ni en la entrada, ni en el salón. "Quizá esté cambiando la decoración", dije yo a la portera. "Hay gente pa'tó", respondió ella, que era muy de chascarrillos y siguió alimentando su intriga y la mía, por eso me contó lo del coche negro.

La mujer había descubierto que el vecino, quien carecía de automóvil alguno, raramente cogía el autobús, el único transporte público que llegaba a aquel barrio, y con frecuencia le esperaba un coche en la esquina de la avenida principal. "Tendrá una amante -aventuré porque lo de los coches recogiendo a personas de tapadillo es muy novelesco-. ¿Sabe si está casado?". La portera había revisado con detalle las fotos de su vivienda, y por lo visto había unas cuantas imágenes de familia feliz que costaba creer, porque los niños no se parecían a él y la mujer nunca había pisado aquella casa.

Confieso que nunca hablé con nadie de aquel vecino, ni del morbo que nos inspiraba a las dos mujeres su existencia clandestina. Durante un tiempo me pregunté cosas simples como el modo en que se afeitaría o vestiría; cuando me cruzaba con él trataba de ver alguna sutura en el rostro o trasquilones en el pelo, y observaba la combinación de colores porque me parece difícil que las prendas encajen si no te miras en un espejo al vestirte. "Es informático secreto", susurro a mi espalda un día la portera mientras llegaba de pasear al perro. "Me ha dado un susto de muerte, mujer. ¿Qué es eso de informático secreto?", increpé. "Espía", aclaró. "¿Trabaja en el CNI?", insistí yo. "Yo digo lo que es. Dónde, no tengo ni idea", y la empleada se marchó ofendida.

¿Sería un espía que trabaja para el CNI?
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UNSPLASH

Poco tiempo después, el del quinto dejó de coger el ascensor. El coche negro que solía esperarle en la esquina no volvió y las plantas se fueron secando porque la portera se cansó de regarlas sin que nadie le dijera cuándo pensaba regresar su dueño. Desde el episodio del "informático secreto" no volvimos a hablar, como si nos hubieran pillado en una falta de la que nos avergonzábamos las dos, así que me fui olvidando de aquel vecino, ya que, además, me tocó empaquetar mis cosas y cambiarme de domicilio.

Ha tenido que pasar tiempo y años de estudio, para entender que esa pulsión que nos empujaba a la portera y a mí no es el objeto de mis investigaciones; que la curiosidad genuina, entendida como la primera fortaleza humana, no es un mero entretenimiento, sino una competencia altamente necesaria en escenarios cambiantes, en los cuales se nos pide aprender pronto y reaccionar rápido; al mismo tiempo la energía que nos entretiene sin más, también cumple su misión. Ambas tienen su espacio en el comportamiento humano.

En cuanto al del quinto… Una tarde, durante el confinamiento, siguiendo en la televisión las comparecencias de aquellos días, juraría haber visto junto a un ministro a un hombre reflejado en un espejo que se parecía a él.

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Teresa Viejo
Periodista y escritora

Mi nombre es Teresa Viejo y soy una contadora de historias, que estudia los efectos de la curiosidad en el comportamiento humano. Gracias al periodismo he observado la vida desde ángulos muy variados, pero tras muchos años entre focos sé que la mejor luz la emitimos las personas, por eso te descubriré a mujeres inspiradoras a quienes les ha “salvado” su curiosidad. ¿Cómo? Ya lo verás. También dirijo programas y escribo libros, la mayoría novelas de misterio, menos el último que se lo he dedicado a nuestra principal competencia –“La niña que todo lo quería saber. La curiosidad: claves para una vida más inteligente y feliz”-. También conduzco “La Observadora” en RNE y practico la Comunicación No Violenta y la Indagación Apreciativa. ¡Ah! Ser Embajadora de UNICEF me llena de orgullo. Como vivo en modo aprendizaje, casi nunca miro hacia atrás. Bueno, un día sí… un día me puse a contar las entrevistas que había realizado y al llegar a las diez mil, paré abrumada. Preguntar es más revolucionario que afirmar y ahora enseño a las personas a hacerlo. Y a liderar activando su curiosidad. Tú también puedes, créeme. ¿Te he contado que mi bebida favorita es el té?

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