Estos días mi curiosidad tiene nombre de mujer: Karol G. ¿Cómo es posible que llene cuatro días seguidos el Bernabéu y no lo hayan hecho las leyendas del pop? ¿Por qué ella y no las demás? ¿Qué ofrece en dos horas de directo? Había que averiguarlo.
Reconozco que, para mí, antes de Tusa, Karol G no existía e incluso esa me pareció una canción que se olvidaría pronto. Dado que no estaba en mi radar, acudí al concierto sin esforzarme lo más mínimo, lejos de ser una 'bichota' y eso que me pinté las uñas de rosa por casualidad. A lo desconocido hay que entregarse con alma de náufrago, dispuesta a descubrir un nuevo territorio sin prejuicios.
Hacer lo contrario es uno de los motivos por los que rechazamos lo que no conocemos: tendemos a filtrar por el tamiz de nuestras creencias aquello a lo que no estamos acostumbradas, lo cual no quiere decir que tengamos que traicionar lo que nos gusta. Pero si nos aproximamos con curiosidad genuina a lo nuevo, quizá nos sorprenda.
Si nos aproximamos con curiosidad genuina a lo nuevo, quizá nos sorprenda.
Lo primero es un impacto visual apabullante: el templo del fútbol teñido de rosa y brilli brilli. ¿Qué pensarán los de Mbappé al ver que el estadio lucía más que con ellos? Lo comento en mi grupo y, un amigo, abogado penalista que acaba de encajarse unas gafas de sol de color fucsia, me cuenta que los latinos son muy de presentaciones excesivas, da igual que se trate de fútbol o perreo.
Lo segundo llega con una fantasía Disney sobre el escenario donde la historia de una niña ''que un día soñó algo y se le dio'' cobra vida y, a continuación, aparece una diosa para demostrar que las ambiciones pueden materializarse por colosales que parezcan. ¿Qué tiene esta mujer para que quienes corean sus canciones vayan a muerte con ella? ''Nos empodera'', responde una de las veinteañeras del grupo, universitaria y niña bien, que dirían las abuelas. ''Ella representa la mujer fuerte que todas queremos ser. Representa el éxito sin pisar a nadie y sin depender de nadie''. Hasta ahí lo compro, pero falta más para entender por qué mujeres de edades diferentes y estratos sociales muy variados dibujen corazones en su cara con diamantes de plástico, vistan prendas rosas y lleven sombrero de 'cowboy'.
Ella representa la mujer fuerte que todas queremos ser. Representa el éxito sin pisar a nadie y sin depender de nadie.
Veo que sus músicos son mujeres y que el mensaje de Karol G está lleno de guiños a sus reinas que le han encumbrado al trono de la artista del momento, y presiento verdad en el relato de superación y abundancia que ella ha construido. No tiene por qué ser cierto, pero resuena como tal y, sobre todo, conecta con la necesidad de encontrar un referente aspiracional para esas mujeres, a las que quienes detentan el poder no les dicen nada. Las políticas, las empresarias, las juezas, las científicas… quedan lejos de la órbita de quienes cantan ahora a dúo, hijas y madres, que parecen haber encontrado un lenguaje con el que aterrizar la sororidad lejos de la ideología, desde un ''te entiendo, mamacita, porque a mí también me sucede''. Un lenguaje convertido en reivindicación de la feminidad transversal y transoceánica donde nos comprendemos todas.
''Si la vida ahora es difícil, eso es porque está preparando cosas increíbles mañana para ti'', grita Karol G. ¿Dónde lo he escuchado antes? ¡Ah, claro! La frase se repite hasta la saciedad en Instagram, pero a quienes aplauden les importa poco si no es original. Al fin y al cabo, la vida que desean se resume en un 'reels'. ¿Están equivocadas? ¿Y si lo estuviéramos nosotras?
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