Anitta Ruiz Consultora de moda | #LAROPAHABLA
OPINIÓN

¿Por qué te vistes de flamenca pero te disfrazas de chulapa?

Encuentro en san Isidro. Andrea, sobrina de Mercedes, le da un beso a un niño vestido de chulapo el día del santo. "Le dijimos que le diera un beso y ella, que es muy cariñosa, lo abrazó", cuenta su tía.
Una chulapa y un chulapo con mucho futuro.
Mercedes Romero
Encuentro en san Isidro. Andrea, sobrina de Mercedes, le da un beso a un niño vestido de chulapo el día del santo. "Le dijimos que le diera un beso y ella, que es muy cariñosa, lo abrazó", cuenta su tía.

Se acerca San Isidro, la fiesta de Madrid. Y a riesgo de parecer centralista, vengo a reivindicar algo de "madrileñismo". Con eso de que "cuando vienes a Madrid, ya eres de Madrid", al final nadie es de verdad de la capital. Por eso ha terminado pasando algo curioso con nuestras tradiciones, se están diluyendo, empezando por nuestro traje regional, el de chulapa. Sorprendentemente, la gente para ir a la feria (ya sea en Sevilla, Málaga o Jerez) se viste de flamenca, sin embargo, si estos días alguien elige el traje madrileño dice que va a "disfrazarse de chulapo". ¡Manos a la cabeza! ¡Gritito de horror!

Así que a mí, que últimamente me ha salido la vena regionalista, la de aquí, la de mi casa, quiero luchar por nuestro traje regional, que es tan bonito, o más, que el del sur. Con sus lunares, sus manguitas farol, su falda ajustada y sobre todo con su mantón de Manila, meneado con arte y salero.

Los chulapos y chulapas nacieron en el barrio de Malasaña. Eran las vecinas, que ejercían de modistas, fruteras, floristas, cigarreras o lavanderas. Esas mujeres que hacían ciudad y se contoneaban felices, con un vestido que se convirtió en el siglo XIX en una manera de reivindicar el orgullo del pueblo llano, que se quería diferenciar de las clases altas, con su vestir afrancesado. Se recogían el pelo con un pañuelo donde recogían las flores que marcaban su condición. Las solteras dos claveles blancos, las casadas dos rojos. Las comprometidas una de cada. Qué curiosa flor esta, el clavel, siempre a la sombra de la carísima rosa. Como su hermana pequeña y pobre. Tan nuestra que casi ni la apreciamos. 

Yo este año, que por fin he decidido vestirme de chulapa, creo que en vez de dos me voy a poner tres claveles, todos muy blancos, para ver si la soltería queda patente y se acerca un chulapón guapo a invitarme a una limonada y un chotis.

Lo cierto es que esto del desprecio hacia los trajes regionales pasa en muchos puntos de España. Creo que Valencia y sus falleras son los únicos que se salvan del abandono en este siglo XXI, amén de las flamencas. A las orillas del Mediterráneo cada marzo los falleros visten con orgullo este maravilloso atuendo, que aunque ahora está lleno de brocados y encajes proviene también de las trabajadoras de las huertas del siglo XVIII. De 'huertanos', precisamente, se visten en Murcia para festejar sus días regionales y de 'caseros' en el País Vasco. Reinterpretando en las ciudades las vestimentas rurales. Es decir, que nuestros trajes regionales son muchos y muy diversos. Todos ellos especiales y llenos de historias y, no lo vamos a negar, algunos más favorecedores que otros, que me temo que es el punto clave de su triunfo o condena al ostracismo.

Pero permitidme que vuelva a Madrid. A mi hogar. Este año me he propuesto, y lo dejo aquí por escrito, poner todo mi empeño en devolver el brillo a un traje que tiene muy mala fama y que en realidad tiene la capacidad de resaltar la belleza femenina con la misma o más efectividad que el de flamenca. Aunque en realidad, lo que yo quiero es devolver a una ciudad que puede resultar fría, grande y desangelada su condición de pueblo. Para ello yo pienso amarrarme el pañuelo al cuello, sujetando mis claveles blancos, y pienso bailar un chotis en la pradera de San Isidro con el primer chulapo que me diga eso tan castizo de "enhebra, prenda". Porque, queridos míos, en tiempos de inteligencia artificial yo lo único que quiero es compartir un poquito de limonada con alguien que me haga reír. 

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