"Muy pronto mis manos, mi piel, nuestros sexos, se sumaron a la mutua invasión"

Recuerdo cómo bajó del tren, con ese aturdimiento típico de pasajero en el que aun tratamos de ordenar espacios, sonidos u otra figura que active nuestra percepción. Revisó su equipaje y, sin razón aparente, se dirigió hacia mí: "perdone señor, ¿es la estación del sur, verdad?". "Pues ahora que lo pregunta, no sé". Mi respuesta le provocó una risa nerviosa que me contagió. "No se ría, de veras que no sé". En unos minutos, aquella mujer se movía inopinadamente en un espacio que era ya también el mío.

Su mirada, entre ebria y somnolienta, no anunciaba ningún tren, ningún destino

Me contó que escapaba de un presente un tanto angustioso, es curioso que sea un desconocido quien te ofrezca a veces la mejor terapia. Pero es tan gozoso sentirse comprendido, o tan irresistible. Así que acabamos tomando nota de nuestras vidas, entre cafés y alguna cerveza de más. Yo no conocía a nadie en aquella ciudad, ella tampoco. Pronto olvidamos el objetivo de averiguar si era la estación del sur, tampoco importaba; su mirada, entre ebria y somnolienta, no anunciaba ningún tren, ningún destino, ninguna próxima estación. Yo hacía rato que también cambiaba de rumbo. Salimos del bar, un tanto avergonzados, y nos sentamos en un banco.

El objetivo ahora era buscar un cajero y arreglar los pasajes para salir esa noche. Pero, por el contrario, lo que hubo fue el declinar impaciente de dos cuerpos que se sabían poco a poco invadidos, o, mejor dicho, decididos a dejarse invadir. Valientes y sin defensa. Aún retengo un sinfín de instantáneas: su mano izquierda cernida sobre mi espalda, replicando cada uno de sus besos, copiando al milímetro su intensidad. Qué locura, me decía, mientras repasaba la morfología de mis labios con su pulgar. Pronto mis manos, mi piel, nuestros sexos, se sumaron a la mutua invasión con firmeza e intensidad desesperadas.

Soy incapaz de reunir las fotos en una. Ella seguro que tampoco recuerda ya ni mi nombre, en realidad creo que nunca lo aprendió, como tampoco el de aquella estación. O acaso recuerda que bajó a las 11.30 de un tren y preguntó el nombre a un desconocido. Cien kilómetros antes de la estación del sur, donde hoy, aún, se la recuerda.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento