Elogio del caos

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Para algunos técnicos Internet está rota, irreparablemente, y ha llegado el momento de reemplazarla por una nueva red construida desde cero. Los problemas de seguridad, el spam y todas sus derivaciones, la ineficiencia de los protocolos y la creciente complicación y fragilidad de los parches y chapuzas necesarios para mantener el conjunto en funcionamiento con más de 1.000 millones de usuarios hacen necesario crear una nueva infraestructura. Mejor, más sólida, menos frágil, más eficiente y con seguridad incorporada en su misma esencia de modo que determinados tipos de ataques desaparezcan y el comercio electrónico sea estable y seguro. Es una idea razonable que esperemos que jamás se lleve a término, porque sería un horror.

La idea de una red estable, eficiente y segura es más vieja que la propia Internet; se ha propuesto mil veces, se ha implementado cien y ha fracasado siempre. El problema no es que la eficiencia o la seguridad en sí mismas sean malas, sino que el coste que tienen es demasiado elevado. Internet es un éxito en buena parte gracias a que es un caos ineficiente e inseguro, pero vibrante y vivo; un modelo que ha batido sistemáticamente al alternativo. Es imposible crear un sistema eficiente y seguro sin sacrificar libertad de palabra y de tecnología. Sólo puede garantizarse una red 'saneada' mediante una autoridad central de algún tipo que controle lo que puede y lo que no puede publicarse en la red. Y esa autoridad tendría que cumplir necesariamente con todas las leyes de todo el mundo a la vez.

Imagínese crear una red que cumpla con la legislación europea de protección al consumidor y derechos de autor; con la legislación iraní de protección de la moral y con la saudí de protección de la religión; con la cubana de control personal del acceso y con la china de pureza ideológica. Imagínese conciliar los intereses de las telefónicas japonesas, los estudios de Hollywood, las empresas tecnológicas de Silicon Valley y la banca suiza. Ahora intente imaginar qué clase de contenidos podría tener una red así. La obra completa de Disney sería, con toda probabilidad, demasiado subversiva, y estaría prohibida. Usted no tendría permiso para publicar (¿cómo garantizar que no viola alguna ley?), y probablemente tendría muy limitado el acceso a información de otros países. Las nuevas YouTube, Google o Flickr no podrían nacer, porque tendrían que pedir permiso para crear sus productos. La nueva y eficiente red acabaría siendo una versión extendida de la televisión por cable; una red orwelliana.

Y no es que la idea sea nueva. De hecho los diseños originales de redes de los años 50 y 60 (desde el Memex de Vannevar Bush hasta el Xanadu de Ted Nelson o el pionero NLS de Douglas Engelbart) eran de este tipo, como lo fueron los llamados Jardines Vallados (CompuServe, Prodigy, la MSN original, America Online), como lo era el Minitel francés; como lo era la Infovía original de Telefónica. Todos ellos compartían el concepto de una autoridad central que garantizaba la seguridad y la legalidad y moralidad de los contenidos; todos ellos controlaban quién podía publicar, y qué podía publicarse. Todos ellos fueron barridos por Internet, cuando se enfrentaron.

No es una casualidad. Internet es interesante, activa y viva porque es libre; porque cualquiera puede innovar sin permiso de nadie. Una red construida de cero sería sin duda mucho mejor desde el punto de vista técnico y daría muchos menos problemas legales. Pero sería estéril, ordenada y yerta, como un parque temático en comparación con el centro de una ciudad. Nadie viviría en un parque temático, aunque muchos vayamos a verlo de vez en cuando. Menos mal que los intentos por perfeccionarnos la red no es probable que lleguen a nada, dado que ni siquiera el peligro en que están hará cooperar a gobiernos y empresas competidoras. Su egoísmo y cerrazón es nuestra mejor garantía de libertad.

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