Hindenburg: el fin de un sueño

Hindenburg

Era casi tan largo como el Titanic, estaba construido para llevar pasajeros en la misma ruta, y su final (como el del trasatlántico británico) simbolizó el final de un sueño: que la tecnología por sí sola puede resolver cualquier problema. Hoy hace 71 años que el dirigible LZ 129 Hindenburg estalló en llamas a su llegada a la Estación Aeronaval de Lakehurst, en Nueva Jersey, EE UU, tras cruzar el Atlántico en un vuelo que había realizado ya 10 veces anteriormente. Con el tremendo espectáculo del fin del Hindenburg, y con la intensa cobertura mediática que recibió el accidente, se acabó para siempre el transporte de pasajeros en dirigible. Y la confianza en la tecnología sufrió un severo varapalo. Aunque justo es explicar que las causas del accidente fueron, en última instancia, políticas.

En efecto, el Hindenburg estaba diseñado originalmente para ir relleno de helio, casi tan buen gas de sustentación como el hidrógeno pero con la ventaja de ser totalmente incombustible, ya que se trata de un gas noble. Como los grandes zepelines en aquella época estaba considerados como un triunfo de la ingeniería y del renacido orgullo alemán, el gobierno de Estados Unidos negó el helio a los alemanes. El país, único gran productor de helio natural, nacionalizó sus reservas de este gas para crear la Reserva Nacional de Helio, forzando a utilizar hidrógeno en el Hindenburg y sus gemelos. Curiosamente, se dice que sólo el conocido antinazismo del director de la compañía Zeppelin Hugo Eckener impidió que el dirigible llevara el nombre de Adolf Hitler. También es cierto que los técnicos alemanes no dudaban de su capacidad para manejar el hidrógeno con seguridad, y que gracias al 10% más de empuje creado con este gas (y a la eliminación del único piano que jamás haya amenizado un artefacto volador) se amplió la capacidad de pasajeros del dirigible.

Nunca llegó a conocerse con certeza la causa de la deflagración; pudo ser una chispa eléctrica, la pintura del revestimiento, un problema estructural o una fuga de combustible de uno de los motores diesel. Pero el caso es que la muerte de un tercio de los pasajeros y la tripulación, retransmitida en diferido por la radio y narrada con gran lujo de horribles detalles por la numerosa prensa congregada para cubrir (con fines propagandísticos) la llegada del monstruo contribuyó a que se acabaran para siempre los dirigibles de pasajeros. A menos que en el futuro alguien los resucite, con mejor tecnología y un gas sustentador menos inflamable, la forma más elegante de volar estará muerta. Como ocurrió con el Concorde, un único accidente acabó con un sueño de lujo y tecnología.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento