Profundidad del tiempo

GrandCanyonSteps

Es difícil para nosotros, humanos, darse cuenta de lo que significa el tiempo profundo, pero hay algunos lugares del planeta donde la eternidad puede contemplarse en directo. Uno de esos lugares es la Orilla Sur del Gran Cañón del Colorado. Tras atravesar kilómetros de elevada meseta cubierta de pinos, cuando nos acercamos al borde, la inmensidad de lo que se contempla abruma los sentidos; el aire ligero de los 2.000 metros de altitud y la falta de referencias se combinan para que el paisaje parezca plano, como un inmenso telón de teatro donde un pintor loco ha imaginado una feroz herida en la superficie de la Tierra; un desgarrón ciclópeo e imaginario. La primera mirada produce estupor, más que maravilla; la mente simplemente es incapaz de abarcar los tamaños, las distancias, las caídas que dibujan las rocas rojas sobre un cielo inmenso. Es un panorama abrumador al que ninguna imagen puede hacer justicia, para el que ningún relato te puede preparar. Entonces a un lado y otro uno contempla los acantilados verticales, quizá ve caer un guijarro rodando hacia el abismo, y contempla su caída. La mirada se dirige abajo, abajo, cada vez más abajo hasta que a un kilómetro de profundidad se divisan las perezosas aguas de un río color barro: el Colorado. Y se siente vértigo.

Sabemos que ese mecanismo, el desprendimiento de guijarros y su arrastre por el hoy perezoso Colorado, es lo que ha tallado el ingente conjunto de zanjas de un kilómetro de profundidad que es el Gran Cañón. Pero el volumen de material faltante desafía el entendimiento. ¿Cómo es posible que el lento desplomarse de piedras y las antaño anuales inundaciones del río sean capaces de completar tamaña excavación? La respuesta está en ese otro abismo, el tiempo. Nuevas dataciones publicadas en Science revelan que el Gran Cañón es más antiguo de lo inicialmente pensado: empezó a formarse hace 17 millones de años. Eso son 17 millones de temporadas de inundaciones primaverales, épocas de tormentas de verano, estaciones de heladas de invierno. Eso son 850.000 generaciones de un animal que viva 20 años por generación, como los humanos. Eso es tiempo profundo: suficiente como para que la acumulación de inundaciones y desplomes excave una inmensa herida e la corteza terrestre, y también para que los cambios de frecuencias de alelos entre distintas poblaciones transformen un mono arborícola primero en un mono bípedo y caminante, y más tarde en un mono que se cree sabio. El tiempo profundo es lo que transforma lo pequeño, baladí e inconsecuente en lo grande, importante y decisivo; lo que permite que las montañas crezcan, los mares se abran y las especies evolucionen. Un grano de arena aquí, una nueva variante genética allá, son poca cosa en el breve transcurso de nuestras vidas; incluso en el escaso alcance de nuestra historia. Pero en el tiempo profundo esos mínimos cambios tienen el poder de mover continentes y crear nuevas ramas de la vida. El abismo al que se asoma uno en el Gran Cañón, con ser un rasgo geológico joven, no solo produce vértigo por su altura: lo que estamos viendo es una representación que podemos entender de la profundidad del tiempo.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento