Hay muchas formas de recorrer Madrid, como por ejemplo visitando sus principales monumentos, sus restaurantes más deliciosos o sus idílicos parques. Pero para disfrutar de la capital no hace falta más que pasear por sus calles, caminar en busca de las vías más curiosas y conocer la historia ciudad de una manera fuera de lo habitual.
Calle del Codo
En apenas 75 metros, esta calle del centro de Madrid ha sido testigo de espadachines y timadores y hogar de edificios como la Torre de los Lujanes, la antigua Hemeroteca Municipal y la Iglesia del Corpus Christi. Pero si por algo es conocida esta vía es por las recurrentes visitas que hacía Francisco de Quevedo para orinar en ella, y además, siempre en el mismo portal. Un día, un vecino molesto decidió dibujar una cruz con el mensaje “No se mea donde hay una cruz”. Ante lo cual, el desvergonzado escritor contestó “No se coloca una cruz donde se mea”.
Calle de la Abada
La leyenda cuenta que, en el siglo XVI, un grupo de portugueses llegó a Madrid para montar una feria y consigo trajeron un rinoceronte, o abada, como se le llamaba en esos momentos. Un día el animal se desbocó y consiguió escapar, llevándose a veinte personas a su paso hasta que finalmente fue cazado. La historia fue tan insólita que se quedó para siempre en el callejero de la ciudad.
Calle de la Cabeza
Según cuentan las leyendas, en el siglo XVI vivían en esta calle del barrio de Embajadores un sacerdote adinerado junto a su criado, hasta que un día este decidió decapitar al cura en busca de dinero. Tiempo después, el asesino acudió al Rastro, donde compró una cabeza de oveja que fue dejando un rastro de sangre en el suelo. Un policía se acercó a él por el sospechoso reguero en el suelo, y cuando el criado fue a enseñar la cabeza del animal, esta se había trasformado en la de su víctima asesinada.
Calle Tintín y Milú
En honor a uno de los cómics más populares de todo el planeta, en 1999 se decidió nombrar como “Tintín y Milu” a esta calle del distrito de Barajas. De esta manera, como homenaje a la obra y a su creador, el belga Hergé, la vía madrileña adoptó esta divertida nomenclatura: el nombre del protagonista y su fiel mascota.
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