Catorce vidas en estado de alarma

Un relato común de todo lo que el coronavirus nos ha arrebatado y al que a diario intentamos sobreponernos

José Antonio desmontó su puesto en el Rastro el 8 de marzo sin imaginar que iba a tener que esperar ocho meses para que el mítico mercadillo madrileño regresase. Ese día, Margarita tampoco sabía que no volvería a estar con sus hijos hasta junio.

Ni a Carmen se le pasaba por la cabeza que el piso de 35 metros cuadrados en el que había empezado a vivir con su marido y sus tres pequeños se convertiría en una jaula. Solo una semana después, sus vidas cambiaron. Y también las del resto de los españoles.

El 15 de marzo de 2020 fue el último domingo del invierno. La primavera estaba a la vuelta de la esquina pero España amaneció sumida en uno de sus días más tenebrosos. Desde la medianoche del sábado 14 había quedado prohibido salir de casa salvo en contadísimas excepciones. 

Un virus desconocido, con una alta mortalidad, se propagaba con gran rapidez y el Gobierno decretó el estado de alarma como la única forma de luchar contra él. Lo que en un primer momento iban a ser quince días se fue alargando durante semanas y aún hoy no hemos podido volver a la normalidad.

Calles vacías, los supermercados desabastecidos y un objetivo común: poder detener el virus. Se cumple el aniversario desde la entrada en estado de alarma por parte del Gobierno.

La Covid nos ha arrebatado muchas cosas pero sobre todo nos ha arrebatado vidas. 72.258, según las cifras oficiales del viernes, a lo que se suman los efectos que la crisis sanitaria ha tenido sobre otras enfermedades. Vidas como las de Antonia, Rosa, Juan Carlos, Antonio, Manuel, Abel... 

Personas cuyos seres queridos no solo tuvieron que hacer frente al sufrimiento por la pérdida sino también al dolor de no poder despedirse de ellas. El confinamiento también llegó a los tanatorios y hasta eso nos arrebató la pandemia: el derecho al último adiós

 

Aquellos 52 días de confinamiento estricto sirvieron al menos para doblegar la curva de la primera ola. Pero la idea de que el virus estaba vencido fue solo un efímero espejismo. En agosto llegó una segunda oleada, que si bien no se presentó tan virulenta, resultó ser la antesala de la tercera. Especialmente después de Navidades los datos de contagios y fallecidos volvieron a dispararse y sobrevoló la posibilidad de un nuevo encierro domiciliario. 

La llegada de las vacunas ha contribuido sin embargo a que la incidencia tienda al descenso y, aunque se habla de una cuarta ola, la opción de regresar al aislamiento en casa, a aquella realidad sin precedentes, parece descartada. Una realidad a la que 20minutos se acercó entonces a través de José Antonio, Margarita o Carmen. 

También Laura, Fernando, Vicenta, Ana, Juan Pedro, Mar, Beatriz, Carlos, Salva, Besha o Alicia nos permitieron contar cómo estaban viviendo los ciudadanos aquellos instantes marcados por calles vacías y un silencio atronador que solo las sirenas de las ambulancias y los aplausos en homenaje a los sanitarios rompían. 

 

Un año después hemos vuelto a ellos para saber cómo les ha cambiado y cómo nos ha cambiado la vida. Porque estas son solo catorce de las muchas historias que aparecieron en nuestras páginas y son solo catorce de las cerca de 47 millones de historias que este país alberga. Pero es muy probable que muchos nos sintamos identificados con alguna o varias de ellas.

 

"Desde que nos han vacunado puedo ver más a mi familia y eso me da la vida"

 

Margarita Herrán, de 99 años, en la residencia La Florida de Sanitas.
Margarita Herrán, de 99 años, en la residencia La Florida de Sanitas.
Jorge París

Por ARACELI GUEDE

Margarita Herrán vive en la residencia La Florida y ya ha sido inmunizada contra el coronavirus, sin haber sufrido ninguna reacción adversa. "Me vacunaron dos veces y no tuve fiebre ni nada. Ni me dolió el brazo. Es más, ni siquiera noté el pinchazo", cuenta esta mujer de 99 años y una salud de hierro. Ya en abril, en los peores momentos de la crisis sanitaria, dio positivo en Covid. Sin embargo, y pese a ser una persona de alto riesgo, pasó la infección de forma asintomática y su caso contribuyó a aportar luz en una enfermedad muy cruel con los abuelos.

El virus se ha cebado especialmente con los centros de mayores, que llevan registrados cerca de 30.000 decesos por esta causa desde el inicio de la pandemia. Por eso la vacunación arrancó en estas instalaciones y hoy, dos meses después de que se empezaran a inyectar las segundas dosis, el número de contagios en ellas se ha desplomado un 96%. Algunos centros incluso, como en el que vive Margarita, situado en el madrileño barrio de Aravaca y gestionado por el Grupo Sanitas, no tienen actualmente ningún caso activo. Esto no ha traído consigo una vuelta a la plena normalidad pero sí ha permitido retomar las actividades colectivas, las salidas y lo que es todavía más importante, aumentar las visitas y el contacto de los familiares.

"Desde que nos han vacunado la familia puede venir más que antes. Puedo verles más y eso es lo que a mí me da la vida, ver a mis hijos y a mis nietas", remarca Margarita, quien también se muestra feliz de que hayan vuelto los bingos, la gimnasia en grupo o el poder sentarse en el comedor acompañada de otros tres residentes. Después de un año muy duro, de mucho miedo y mucha tristeza, no ha llegado el momento de bajar la guardia y las medidas de seguridad siguen siendo de obligado cumplimiento, pero la esperanza comienza a abrirse camino

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"Este parón ha sido la puntilla para mucha gente del Rastro"

 

José Antonio Álvarez, propietario de tiendas de arte tribal en el Rastro.
José Antonio Álvarez, propietario de tiendas de arte tribal en el Rastro.
CEDIDA

Por PABLO RODERO

Cuando el Rastro echó el cierre con el confinamiento, muchos auguraron que ya no se levantaría. El popular mercado callejero madrileño llevaba años arrastrando problemas y José Antonio Álvarez, propietario de tiendas de arte tribal, pronosticaba entonces que el miedo de la gente haría muy difícil que volviera a recuperar su esencia.

Un año después, el Rastro ha reabierto al 50% y los clientes van volviendo. "La cosa va remontando un poco", declara José Antonio. "La afluencia que estamos teniendo es buena y yo he notado que la gente tiene ganas".

Sin embargo, muchos comerciantes no han logrado superar tantos meses de inactividad. "Hay cantidad de tiendas que no han aguantado el tirón de los alquileres. Si te das una vueltecilla verás que muchas han echado el cierre", describe José Antonio.

 

"Tengo muchas secuelas. Quiero creer que serán temporales"

 

La enfermera Laura Olmedo, en el momento de ser vacunada contra la Covid.
La enfermera Laura Olmedo, en el momento de ser vacunada contra la Covid.
CEDIDA

Por ARACELI GUEDE

Laura Olmedo se encuentra en el grupo de los más de 118.000 sanitarios que se han infectado de coronavirus. Se calcula que 63 perdieron la vida. Ella enfermó en marzo, cuando estos profesionales se enfrentaban a un virus desconocido sin los equipos de protección ni el material adecuados. "Estuve de baja casi dos meses. Los médicos hoy me dicen que no entienden cómo no me llegaron a ingresar. Pienso que fue porque había gente peor que yo, que parecía que sí podía resistir", cuenta esta enfermera madrileña, que, aunque aún se ahogaba, finalmente pidió el alta voluntaria porque "mentalmente" necesitaba trabajar.

La voz de esta joven de 35 años suena ronca y afirma que ese es uno de los efectos secundarios que le ha dejado la Covid. "Tengo muchas secuelas. Nadie sabe cómo evolucionarán pero quiero creer que serán temporales", afirma y menciona el engrosamiento de las cuerdas vocales y las cefaleas, entre otras. También relata que en ocasiones tiene lagunas: "Un día me perdí yendo al fisioterapeuta. Entonces fui consciente de que tenía problemas de memoria. Ahora que sé que me pasa tomo medidas". Es así como ha decidido anotar todo lo importante y ha recuperado su pasión por la escritura. El blog que inició hace años para opinar sobre musicales, teatro y eventos vuelve a estar activo: "Fomenta mucho la mente, por eso escribo todo lo que puedo. Noto que me está ayudando a mejorar".

Laura también sufre fatiga y disnea de esfuerzo y luchar contra ese cansancio para intentar seguir siendo la persona tan activa que era es otro de sus objetivos. Señala que anímicamente se encuentra bien, y pese a calificar 2020 como catastrófico, también tuvo la vertiente positiva de ponerle en el camino al "hombre de su vida". Vacunada ya con ambas dosis contra el coronavirus, cree que 2021 será un año "esperanzador", aunque de una esperanza largoplacista. En el hospital en el que trabaja la tercera ola volvió a tensionar el sistema pero la situación no llegó a los niveles de la primera gracias al equipo humano. "Esperábamos que pasara lo mismo que en abril pero no ocurrió porque las cosas estaban mejor organizadas a costa de nuestro esfuerzo". El esfuerzo de unos profesionales que llevan un año en primera línea.

 

"El 80% del trabajo de oficina se puede hacer desde casa"

 

Salvador, trabajando desde casa.
Salvador Soler, trabajando desde casa.
CEDIDA

Por JAVIER LÓPEZ MACÍAS

Hace un año, las certezas sobre el coronavirus se medían a cuentagotas. Se hicieron, pues, decenas de afirmaciones que no se han sostenido y otras tantas que sí, como la de Salvador Soler. De 37 años, fue el protagonista de un reportaje que abordaba el reto del teletrabajo, para el que afirmó, sin duda alguna, que el virus iba a "cambiar" el modelo de trabajo. "Vamos a empezar a ver que muchas cosas que hacemos en la oficina las podemos hacer en casa", decía en marzo de 2020.

Un año después, se reafirma. "Creo que ya se ha demostrado con creces: depende de muchos trabajos, pero en general, el 80% del trabajo de oficina se puede hacer, y muchas cosas incluso mejor, desde casa", explica en conversación con este diario. Preguntado sobre qué beneficios ha visto del teletrabajo explica que "se pierde menos tiempo y dinero en desplazamientos", lo que permite "tener más vida fuera del trabajo, comer mejor, aprovechar el tiempo…". Lo malo, eso sí, es que se pierde "el trato cercano con los compañeros", que ahora echa de menos aún más al haber cambiado de empresa en este año. Todo ello, siempre y cuando no tengas un espacio de trabajo "incómodo".

Eso sí, ese inconveniente no le resta ni un ápice a su defensa del teletrabajo, que es "totalmente viable". "Lo fundamental", declara, "es la organización y aprender a poner el foco", algo que ha hecho. "Siempre me ha gustado el ambiente de oficina y en casa antes me distraía más, pero ahora creo que es al contrario y en casa me concentro muchísimo mejor", resume. Y es que, en su nueva compañía ir a la oficina no es obligado, "salvo si alguna situación especial lo exige", algo que celebra dado la situación sanitaria, que también se tiene en cuenta: "Nos vamos adaptando según las necesidades, pero suele primar el teletrabajo, sobre todo en las ocasiones en las que la situación sanitaria está peor y hay más restricciones".

 

"Al menos tengo para pagar el alquiler"

 

Carmen, en su casa del madrileño barrio de San Cristóbal.
Carmen Navas, en su casa del madrileño barrio de San Cristóbal.
Jorge París

Por JAVIER LÓPEZ MACÍAS

El 2020 era el año de Carmen Navas. O eso creía ella. Después de sufrir un desahucio en 2018 y conseguir salir de un albergue municipal para personas sin hogar, el día de Reyes del pasado año firmaron el contrato del que iba a ser su nuevo piso: una buhardilla en el barrio de Las Letras de Madrid en la que viviría con su marido y sus tres hijos de dos, tres y siete años. La única pega, recuerda, era su tamaño, pues solo contaba con 35 metros cuadrados, aunque era optimista con saber aprovechar el espacio.

Sin embargo, el coronavirus provocó un estricto confinamiento domiciliario, que comenzó en marzo y duró semanas. La buhardilla se convirtió en una especie de jaula. Para más inri, a Carmen la despidieron y a su marido le metieron en un ERTE que socavó los ingresos familiares. Cuando 20minutos contó su historia a finales de abril de 2020, ya alertaba de su mala situación económica, que se sumó al estrés provocado a los niños por el pequeño espacio en el que vivían. "Nuestra situación empeoró los meses siguientes", cuenta hoy Carmen. Los pagos del ERTE a su marido se retrasaban sine díe, lo que les obligó a abandonar el piso. De nuevo, otra oportunidad frustrada. Su nuevo destino fue un apartamento situado en San Cristóbal, un barrio obrero de la capital, de más tamaño. "La buhardilla no era digna", opina.

El cambio ha sido "fuerte", ya que dice que su nuevo barrio "está abandonado por los servicios sociales". Es más, cuenta que la trabajadora social que le corresponde no le dio cita de julio a diciembre. No obstante, encara el futuro con optimismo, puesto que ya ve brotes verdes. A su marido le han sacado del ERTE y ella sigue buscando un empleo con el que pueda compatibilizar la educación de sus tres hijos. Se resigna contando esto, pero saca lo positivo: "Lo bueno es que tengo para pagar el alquiler y estoy convencida de que encontraré trabajo". Y es que, espera que su nueva normalidad sea también una buena normalidad. 

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"Damos 300 platos de comida al día"

 

Besha, fundadora de un comedor social en el madrileño barrio de Lavapiés.
Besha, fundadora de un comedor social en el madrileño barrio de Lavapiés.
Jorge París

Por JAVIER LÓPEZ MACÍAS

Una de las imágenes que dejó la pandemia de coronavirus fue la de las colas del hambre. El parón económico derivó en una anómala situación social que hizo que varios sectores de la población se balanceasen sobre el umbral de la pobreza. Los vecinos hicieron valer sus redes para no dejar caer a nadie. Ejemplo de ello fue Besha, que reconvirtió en pleno encierro su tienda de productos africanos situada en una calle aledaña a Tirso de Molina en un comedor social. Durante sus 15 años en Madrid se dio a conocer entre asociaciones activistas como SOS Racismo o el Sindicato de Manteros, que acudieron a ella cuando todo parecía desmoronarse. Retiró los colgantes que vendía y pasó a ser un almacén de comida no perecedera.

Casi un año después, no los ha vuelto a colgar porque, cuenta, su decisión de convertirse en un comedor social se ha vuelto permanente. "Seguimos recibiendo comida, ropa, zapatos… para poder entregar a gente que duerme en la calle o a familias que lo necesitan", afirma ahora Besha. En este sentido, señala que, sin duda, la situación "ha empeorado". Si en mayo del pasado año atendían a 40 familias para darles ropa y demás productos básicos, hoy ya atienden a 150 personas al día. "Tenemos dos turnos de comida y todo tipo de perfiles. Estamos dando 300 platos de comida al día", declara.

Se mantienen "por la buena voluntad de la gente" y pide más colaboración porque mientras el número de personas que atienden ha crecido de forma exponencial, las donaciones han bajado. "Cuando estábamos en estado de alarma, la gente donó muchísimo, pero al volver la vida normal ha caído casi todo", explica. Ahora, se mantienen "al día". Con esta situación, insiste en mandar un mensaje para recordar lo bueno que dejó la pandemia: "Tenemos que intentar vernos en el espejo y ver la situación de los demás, porque hay gente que tiene una muy buena situación y otros que están muy mal. Tenemos que enseñar a los demás a que todos pertenecemos al mismo mundo".

 

"Lo más difícil ha sido acompañar a los familiares de fallecidos"

 

Juan Pedro Domínguez, alcalde de la localidad cacereña de Deleitosa.
Juan Pedro Domínguez, alcalde de la localidad cacereña de Deleitosa.
CEDIDA

Por PABLO RODERO

Juan Pedro Domínguez leyó el bando municipal a los confinados vecinos de Deleitosa, una pequeña localidad de 800 habitantes de Cáceres, cada día del confinamiento. Después coordinaba los grupos de apoyo mutuo para ayudar a los más mayores y se esforzaba en hacer pedagogía, para que nadie se saltara las restricciones.

"Si me tengo que quedar con algo es con la solidaridad de los vecinos", declara el alcalde Juan Pedro, que admite que este ha sido el año más difícil desde que entró en política municipal hace más de tres décadas. Sus recuerdos más duros: "Las miradas de tristeza de cuando tuve que ir acompañando a los familiares de los fallecidos. No se podían ni abrazar".

Un año después del inicio del confinamiento, durante el cual murieron once personas por la Covid-19 en Deleitosa, Juan Pedro asegura que quiere "romper una lanza" por el comportamiento de la gente del pueblo, especialmente lo más jóvenes: "Yo me temía las fiestas este verano, pero no ha habido ningún foco por esas circunstancias, lo han llevado bastante bien".

 

"No ver a la familia fue duro pero mis hijos nos han ayudado"

 

Vicenta y su marido, en la casa que tienen en Campo de Criptana, pueblo de Ciudad Real.
Vicenta y su marido, en la casa que tienen en Campo de Criptana (Ciudad Real).
CEDIDA

Por PABLO RODERO

A sus 91 años, Vicenta se echaba a llorar cuando alguno de sus hijos le dejaba la comida en casa y se marchaba sin poder darle ni un beso. Pasó el confinamiento con su marido, también nonagenario, en su piso de Leganés, Madrid, pero durante la desescalada decidieron trasladarse a su pueblo, Campo de Criptana, Ciudad Real.

"En el pueblo estamos mejor porque la casa es mayor, tenemos una parra, un naranjo y un níspero en un patio muy hermoso que tenemos. Estamos mucho mejor", describe Vicenta, que esta semana recibirá la segunda dosis de la vacuna contra la Covid-19.

Su 91 cumpleaños lo pasó encerrada, el pasado mes de abril, pero el de los 92 tiene la esperanza de poder compartirlo con sus familiares. "Para el cumpleaños de este año dicen los chicos que ya estaremos vacunados, ya veremos. Yo voy a hacer todo lo que pueda hasta que pueda".

 

"He tenido que cerrar el bar porque no daba más de sí"

 

Carlos Marqués ha tenido que cerrar su bar a causa de la pandemia.
Carlos Marqués ha tenido que cerrar su bar a causa de la pandemia.
Jorge París

Por BELÉN SARRIÁ

El pasado 1 de junio, los madrileños cumplían una semana de su entrada a la primera fase de desescalada. Entonces los restauradores pudieron reabrir sus locales tras meses de cierre. Sin embargo, solo lo hizo un 10%. El resto lidiaba con los ERTE y con las concesiones de nuevas licencias de terrazas. Unas trabas que ya auguraban el cierre forzoso de más negocios, según los datos que aportó la asociación Hostelería de Madrid.

20minutos salió a la calle. Concretamente al barrio de Lavapiés donde afloran los bares y restaurantes. En el número 8 de la calle del Ave María, Carlos Marqués, esperaba la llegada de algún cliente. Su bar estaba vacío. Su esperanza, las ayudas directas y la licencia de terraza. "He pensado muchas cosas... pero en un 99% acabaré cerrando". Nueve meses después, Carlos Marqués confirma su teoría.

"Pues sí, lo he tenido que cerrar porque no daba más de sí". Fue cosa de hace apenas un mes. "Conseguí la terraza una semana después del cierre". Lo recuerda con nostalgia pero el negocio que tiene ahora entre manos es "mucho más divertido". Marqués ha montado radio Lavapiés, una emisora que conecta todos los domingos con la actualidad. “Somos diez colaboradores vecinos y hacemos entrevistas. ¡Ya no tengo que perder 3.500 euros todos los meses!", celebra. Esta radio aún no le da de comer, dice "estar arruinado", pero "he ganado en salud y en tranquilidad". 

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"He incrementado las acciones de Cruz Roja en las que colaboro"

 

Mar Alonso, voluntaria de la Cruz Roja en Getafe.
Mar Alonso, voluntaria de Cruz Roja en Getafe.
Jorge París

Por ARACELI GUEDE

Mar Alonso coge el teléfono desde la sede de Cruz Roja en Getafe, el mismo sitio en el que un día del pasado mes de mayo esperaba a este diario para salir a repartir kits de productos básicos a domicilio. Esta voluntaria continúa con su labor de ayuda a los demás, ahora incluso más necesaria. La crisis social y económica que está provocando la pandemia podría aumentar en más de 1,1 millones el número de personas en riesgo de pobreza, según estimaciones de ONG como Oxfam Intermón. Y ella viene notando un crecimiento en el número de asistencias prácticamente desde el principio.

Desde que la desescalada fue permitiendo mayor movilidad, las entregas puerta a puerta se han reducido. Quienes ya pueden desplazarse acuden al local de la calle El Greco a recoger los alimentos. La organización ha sumado no obstante nuevos programas. "He incrementado mis actividades en Cruz Roja. Hace unos tres meses comenzamos una campaña para las personas sin hogar. Tenemos en seguimiento a siete y localizadas a dieciséis pero la idea es abrir más el radio de búsqueda", indica Mar, quien también hace guardias con la ambulancia: "Hemos trasladado muchos casos de Covid. Llegar al hospital con un contagiado más o menos intubado, que no haya UCI suficientes y que le tangan que dejar en espera mentalmente te machaca. Sabes que esa persona ya no va a salir".

Pese a lo difícil de esas situaciones, esta mujer afirma que seguirá al pie del cañón para apoyar a los más vulnerables y lamenta que, lejos de salir de esta siendo mejores, haya personas que se han vuelto más egoístas y menos empáticas. "Esto ha sacado lo mejor de algunos pero también lo peor de otros", manifiesta y confiesa que le enfada por ejemplo que la gente se queje de que determinados servicios no hayan vuelto a la normalidad. "Estamos empezando con las vacunaciones pero esto todavía no ha terminado", recuerda y cree incluso que pasará a ser más leve y a estar más controlado, pero que igual que la gripe, "ha venido para quedarse".

 

"Puedo abrazar a mi nieto, pero le doy los besos en la cabeza"

 

Alicia, con su nieto, en el Retiro de Madrid.
Alicia, con su nieto, en el Retiro de Madrid.
Jorge París

Por BELÉN SARRIÁ

A finales de mayo de 2020, los madrileños salían por primera vez a las calles para reencontrarse con sus familias y amigos tras el confinamiento. España había entrado en Fase 1. Alicia aprovechó la ocasión para reunirse con su hija y su nieto al que llevaba tres meses sin ver. Se citaron en el Retiro, al aire libre. 20minutos estuvo con ellos. "Ha sido muy deseado y emocionante, pero raro a la vez", explicaba Alicia, que entonces tenía 68 años. Y fue "raro" porque, en lugar de seguir su instinto natural y fundirse en un fuerte abrazo, tuvo que resignarse a un tímido gesto. Sin beso. Nueve meses después, Alicia celebra que ya puede abrazar a su nieto e ir de la mano con él por la calle. Sin embargo, "los besos se los doy en la cabeza", lamenta.

Alicia, como muchos ciudadanos, "nunca" recuperó la normalidad. "Hemos celebrado muchos cumpleaños y Navidades, pero nunca juntos", cuenta. Si antes se reunían 15 familiares cercanos, ahora se dividen por grupos. "Al menos ninguno hemos pasado la enfermedad", admite. Cuenta que su madre de 92 años ya ha recibido la primera dosis de vacuna, que su hija, profesora de universidad, la recibirá la semana que viene y que sus nietos no han tenido casos cercanos de Covid en las aulas.

Pese a que "nunca haya vuelto a ser lo de siempre", Alicia se resigna a la nueva normalidad. "Nos hemos acostumbrado a esta vida pero tengo la sensación de haber perdido un año de mi vida".

 

"He tenido que irme de Madrid, no podía prosperar allí"

 

Beatriz Coronado, tras dejar Madrid y volver a Murcia.
Beatriz Coronado, tras dejar Madrid y volver a Murcia.
CEDIDA

Por PABLO RODERO

A primeros de abril del año pasado, tras haber entrado en dos ERTE, uno de los cuales no cobraría hasta 10 meses después, Beatriz Coronado decidió no ingresar en la cuenta de su casera el dinero de su alquiler como hacía cada mes.

No fue una iniciativa individual, se dio en el marco de la primera huelga de inquilinos convocada en España desde los años 30 del siglo XX. "No estoy teniendo ingresos y tengo que pagarle a una señora que es multimillonaria", declaraba entonces.

Finalmente, la casera accedió a hacer a sus inquilinos una rebaja del 50%, con lo que Beatriz logró permanecer en el piso y en Madrid encadenando trabajos temporales hasta que ya no pudo seguir afrontándolo. En octubre, decidió tomar el camino de vuelta a su ciudad natal, Murcia, tras 25 años en Madrid: "No tengo perspectivas de vuelta, me sentía como un hámster en una jaula persiguiendo no sabía muy bien qué". 

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"El confinamiento en compañía me hubiera estresado más”

 

Fernando de Córdoba pasó el confinamiento domiciliario solo.
Fernando de Córdoba pasó el confinamiento domiciliario solo.
CEDIDA

Por JAVIER LÓPEZ MACÍAS

Fernando de Córdoba, de 33 años, fue uno de los protagonistas del reportaje que 20Minutos hizo sobre aquellas personas que pasaron solas las largas semanas que duró el confinamiento domiciliario provocado por el coronavirus. Según cálculos del Instituto Nacional de Estadística (INE), casi cinco millones de personas afrontaron en soledad el confinamiento. Cada uno con sus quehaceres y sus nuevas costumbres. Este madrileño le dio una oportunidad al yoga durante el encierro, pero dio una única clase, como reconoce ahora. Cuenta, también, que ahora hace deporte en casa y que no ha vuelto al gimnasio, "con todo el mundo respirando fuerte". Además de desarrollar ese hábito, también explica que ha aprendido a “organizarse trabajando en casa, a comer en horarios europeos y a trabajar a distancia”.

Preguntado sobre si hubiera preferido haber pasado el confinamiento en compañía, rechaza esta idea. "En compañía me hubiera estresado más". De poder volver al pasado, dice, "compraría mascarillas y un rodillo para la bici para ejercitarme desde el primer día", pero no elegiría a nadie para que le acompañase en unos meses de pandemia en los que, recuerda, ha tenido "momentos buenos y otros de mucha ansiedad". Y es que, la nueva normalidad, que lleva aparejada una limitación de los contactos sociales, le pasa factura porque le gustaría "estar más en contacto con la gente".

No echa de menos ahora "ir a diario a la oficina" porque se ha dado cuenta de que “cruzar media ciudad en hora punta para estar delante de un ordenador o ir a una reunión no siempre tenía sentido". Sí le apetece que vuelvan "las pausas para el café, charlar con los compañeros de mesa". Todos esos momentos "más informales" con gente que también repercuten en una de las cosas que, asegura, ha aprendido en la pandemia: el autocuidado, "que es fundamental". "Los whatsapp están bien, pero una llamada de teléfono con alguien con quien quieres hablar es lo mejor", concluye.

 

"El paraíso lo hacen en realidad las personas"

 

Ana Hernández estaba en Maldivas cuando se decretó el estado de alarma.
Ana Hernández estaba en Maldivas cuando se decretó el estado de alarma.
CEDIDA

Por PABLO RODERO

El inicio de la pandemia le pilló a Ana Hernández en "el paraíso". Hace un año, esta escritora madrileña de 32 años se encontraba de vacaciones en Maldivas cuando todo estalló y la falta de vuelos la obligó a pasar un confinamiento muy distinto al de la mayoría de los españoles.

"No lo viví para nada cómo se imagina la gente. Estás lejos de tu familia, con incertidumbre, no sabes muy bien lo que pasa, lo único que escuchas son historias desoladoras de tu país… paraíso son las personas y la gente que quieres", declara un año después Ana, que consiguió volver a finales de junio, pagando 2.500 euros por el vuelo más barato que encontró cuando se enteró del fallecimiento de su abuela por Covid-19.

Lo más positivo para ella de la pandemia, en la que también ha perdido recientemente a su madre, ha sido poder escribir su tercera novela, Entre azules, que define como "una autoficción en la que cuento lo que viví".

ESPECIAL 20MINUTOS | Este reportaje ha sido realizado por Araceli Guede, Pablo Rodero, Belén Sarriá y Javier López Macías (redacción de textos y entrevistas), Jorge París (fotografías), Bieito Álvarez (vídeo) y Carlos Gámez Kindelán (gráfico).